Entender el mundo en el sigo XXI

17/07/2004

Saludo y documento del Taller de Construccià³n del Socialismo, Mà©xico

Queridos compañeros del Campo Antiimperialista:

Nos complace la prueba de fortaleza significada por la organizacià³n de este Campo sin que la represià³n nos venza o intimide.

Este saludo es del Taller de Construccià³n del Socialismo donde participamos organizaciones diversas con una agenda de discusiones y el propà³sito de contribuir a la là­nea econà³mico-polà­tica necesaria y distinta a las movilizaciones civilistas, a los pragmatismos electorales y a los pronunciamientos voluntaristas. Hemos producido un primer documento sobre el imperialismo y el imperio y debatimos ahora la cuestià³n nacional con todo lo que implica de crisis de los estados nacià³n, del progreso financiero e industrial, de las fronteras y las soberanà­as ante las regionalizaciones de la globalizacià³n, de los problemas de las comunidades y pueblos en lucha y de los nacionalismos a los que dan lugar. Encontramos dos polos extremos que son la tradicià³n comunitarista alentada por Kropotkin y el progreso como construccià³n de los estados nacià³n y la industrializacià³n contra los llamados pueblos sin historia, planteado en especial por Engels.

Queremos contribuir con esta discusià³n y las resoluciones necesarias, a superar el borrà³n y cuenta nueva a las orientaciones comunitaristas y civilistas del Frente Zapatista de Liberacià³n Nacional, del Foro de Porto Alegre y de las movilizaciones altermundistas. A cambio, con las organizaciones campesinas, obreras, estudiantiles y la participacià³n de intelectuales vinculados a las luchas populares, pretendemos hacer del Taller de Construccià³n del Socialismo un poder promotor de una tendencia alternativa histà³ricamente necesaria a la acumulacià³n capitalista en su fase histà³rica actual. Imposibilitados de explicar las perspectivas de esta tendencia, saludamos al Campo Antiimperialista y esperamos sus resoluciones para discutirlas y hacerlas nuestras. De esta manera, impulsaremos todos la reflexià³n necesaria para hacer más fuerte y poderosa la culminacià³n histà³rica de la liberacià³n plena de las fuerzas productivas y del fin de las represiones contra los trabajadores y los pueblos del mundo.

Fraternalmente

Alberto Hà­jar.
Julio de 2004.


Intento por entender el mundo en el siglo XXI; apuntes iniciales

Mario Rivera Guzmán

"Hay que abrigar la preocupacià³n de que el temor a errar sea ya el error mismo".
Hegel

"Es ya viejo el plan de lucha de ayer, cae a trozos de los muros el más fresco manifiesto".
Pier Paolo Pasolini


Valga lo siguiente como una inicial advertencia: el presente trabajo abre una discusià³n temática que se produce en el Taller de Construccià³n del Socialismo (Mà©xico) y que no será agotada sino en el transcurso de un año como mà­nimo. Esta discusià³n ha sido pensada para producirse metà³dicamente en el abordaje de varios capà­tulos referidos a los asuntos teà³ricos de mayor interà©s entre las filas de la izquierda revolucionaria. Se supone que las notas que siguen aluden a la primera cuestià³n abordada, a saber: la de la caracterizacià³n de la fase actual del capitalismo. Difà­cil como es hacer cortes tajantes en lo que en la realidad aparece como una totalidad, aquà­ no hacemos sino tocar de paso temas que con posterioridad serán desarrolladas como asuntos centrales del análisis: los Estados nacionales y la cuestià³n nacional; el carácter de los llamados "movimientos sociales" contra el neoliberalismo; la definicià³n del rà©gimen polà­tico en Mà©xico; el estudio del nuevo proletariado. La relacià³n de los comunistas con la religià³n, y con las religiones, etc. Hecha esta salvedad, entremos de lleno a lo que aquà­ nos toca; en concreto, al esbozo para una crà­tica de las teorà­as del imperialismo.


Del mundo que teorizà³ Lenin es poco lo que queda en su esencia. La irrupcià³n de China y la India al mercado mundial en situacià³n de potencias terminà³ por volver obsoleto el viejo plan bolchevique de revolucià³n agraria y liberacià³n nacional que fundà³ la III Internacional; mismo que, dicho sea de paso, salvo en colonias o semicolonias como Cuba o Nicaragua, nunca obtuvo resultados en Amà©rica Latina, debido a que en este continente la mayor parte de los paà­ses habà­an realizado su independencia desde principios del siglo XIX con apoyo polà­tico y econà³mico de Estados Unidos.
Sà³lo un antinorteamericanismo vulgar –muy en boga hoy entre los movimientos de la pequeña burguesà­a desesperada--, podrà­a olvidar esto, que ya habà­a hecho notar Fritz Sternberg en la primera mitad del siglo XX, y que hoy sigue escandalizando a muchos en la pluma de Hardt y Negri: el modo de dominacià³n de Estados Unidos revolucionà³ a profundidad la forma del viejo colonialismo inglà©s, implantà³ la independencia polà­tica formal bajo una dependencia econà³mica casi absoluta. Y esto trasladaba al mercado mundial lo que ya habà­a observado Marx desde su juventud para la dominacià³n general del capital sobre la fuerza de trabajo: sustitucià³n de mecanismos extraeconà³micos de dominacià³n (religiosos o polà­ticos) por dominio econà³mico y separacià³n absoluta de la fuerza de trabajo de sus medios de produccià³n. Esto, mucho antes de que se hablara de la biopolà­tica, que serà­a la traduccià³n de esa explotacià³n a la dominacià³n interiorizada en los cuerpos. .
Continuemos. Lo que significà³ a la larga la gran revolucià³n maoà­sta fue la minimizacià³n del campesinado en la sociedad moderna y, por tanto, de su presencia en cualquier proyecto revolucionario de nuevo tipo, al tiempo que la relativa superacià³n polà­tica del problema colonial. Los grandes corredores urbanos en la costa oriente de China tienden a reducir a ritmo vertiginoso el peso especà­fico de los campesinos dentro de la sociedad china. Como lo vio con lucidez Marx desde sus Manuscritos del 44, el capitalismo podà­a prescindir de los terratenientes y la renta de la tierra, ese era el margen sobre el que podrà­a avanzar todavà­a sobre la faz de la tierra. Y lo hizo, sà³lo que usando para ello al movimiento revolucionario de los campesinos del mundo de las colonias. Resultado de ello fue, no sà³lo la reduccià³n numà©rica de los trabajadores del campo, sino la escisià³n del viejo campesinado en capitalistas agrarios y una enorme masa de proletarios agrà­colas. A un tiempo, la construccià³n de pequeñas y medianas ciudades en los corredores de las grandes metrà³polis de la costa oriental, como núcleo central de una nueva divisià³n del trabajo en donde se derrumban las viejas fronteras entre el campo y la ciudad. Surge asà­ un trabajo abstracto y universal, a imagen y semejanza del dinero, con el don de la ubicuidad.


El programa leninista de la III Internacional mostrà³ ser, en la práctica, el único programa revolucionario posible para el siglo XX. Logrà³ sus objetivos y homogeneizà³ el mundo por la và­a campesina revolucionaria. En lugar de la và­a inglesa que exterminà³ a los campesinos por pactos con la aristocracia terrateniente, las masas campesinas dirigieron con su partido comunista al frente la industrializacià³n del espacio del viejo imperio. Pero el tiempo del programa de la III Internacional se ha agotado y los cambios que se produjeron en el mundo durante los 100 últimos años exigen un nuevo programa. Mantener hoy la consigna del poder obrero-campesino significa ignorar olà­mpicamente todo lo que cambià³ en el mundo desde esos años. Lo mismo implica continuar enarbolando las consignas de un programa zapatista en un Mà©xico que ya no es el mismo.
Tan ha cambiado el mundo en su fondo que de la III Internacional y los Partidos Comunistas que la representaron a lo largo del siglo XX, no quedan ya sino cenizas.
El equilibrio de fuerzas que Lenin pensà³ a principios de los años 20, se rompià³ ya abiertamente hacia finales de esa misma dà©cada para volverse a restablecer, de modo reforzado, tras el triunfo de la revolucià³n en China en 1949. Hacia principios de los años setenta, las necesidades del rà©gimen hegemà³nico fordista comenzaron a romper las viejas barreras. La crisis se hacà­a evidente, y era raro el pensador que no la explicara como una contradiccià³n entre la economà­a privada y la pública, entre el orden de libre mercado y las polà­ticas intervencionistas. Incluso Paul Mattick, en uno de los ensayos más lúcidos sobre esta contradiccià³n (Marx y Keynes), vaticinaba años antes de la caà­da del Muro de Berlà­n y del PCUS, el triunfo totalitario del monopolio estatal sobre la anarquà­a privada. El equilibrio se rompià³ para el otro lado y se impuso lo que se dio en llamar el neoliberalismo. Ya roto el equilibrio, naciones enteras se derrumbaron, gremios, sectores sociales, sistemas polà­ticos, instituciones, comunidades y contratos que parecà­an derecho natural para la cotidianeidad de la Guerra Frà­a.
La revolucià³n fordista taylorista demostrà³ cuán profundamente equivocado estaba Lenin al decretar la agonà­a del capitalismo en los años de la Primera Guerra Mundial. Dicha visià³n errà³nea, se explica por el hecho de que Lenin no fue nunca capaz de desprenderse del eurocentrismo vigente; cosa que, en cambio, no ocurrià³ a Marx muchos años antes.
"La verdadera misià³n de la sociedad burguesa –escribià³ Marx allá por la dà©cada de los sesenta del siglo XIX…—es crear el mercado mundial. Al ser el mundo redondo, esta misià³n parece concluirse despuà©s de la colonizacià³n de California y Australia y la apertura de China y de Japà³n. Se nos plantea ahora un difà­cil problema: la revolucià³n en el continente (Europa Occidental) adquirirá velozmente un carácter socialista; pero ¿no será aplastada en este pequeño rincà³n del mundo debido a que un área mucho mayor el movimiento de la sociedad burguesa sigue aún en ascenso?".
Efectivamente, la burguesà­a mundial en ascenso terminà³ por aplastar los sueños socialistas de la pequeña Europa. Sà³lo asà­ se explica en general el ascenso del fascismo durante los años 20 y 30 y el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Despuà©s, lentamente, la revolucià³n productiva fordista socavà³ los cimientos del socialismo sovià©tico (y chino) y el equilibrio terminà³ por desequilibrarse. Como lo vio venir bien Gramsci desde su prisià³n, la revolucià³n del hecho productivo por el capital terminarà­a por determinar una revolucià³n social y cultural profunda a nivel mundial. Una nueva forma de reproduccià³n social, liberacià³n de la mujer y ocupacià³n por à©sta de puestos de direccià³n en la administracià³n privada. Movilidad espacial y de oficio de la fuerza de trabajo. Trabajo abstracto y mucha velocidad en los ritmos de explotacià³n. Insercià³n de los intelectuales y las universidades en los procesos de produccià³n. Expansià³n del Estado a costa de la sociedad civil, etc. Las novelas de John Doss Pasos dan cuenta de todo ese proceso.
Se constatà³ asà­ –en contra de lo dicho por Lenin en su trabajo sobre el imperialismo-- que en la relacià³n contradictoria entre el capital productivo y el capital financiero, tal y como lo habà­a expuesto Marx en el tercer tomo de El Capital, el primero es el dominante y el que marca la pausa del movimiento capitalista. La revolucià³n fordista puso fin a un largo periodo de estancamiento del capitalismo europeo en el que el polo dominante parecà­a haber sido el capital financiero con sus mecanismos de centralizacià³n. Asà­, la crisis prolongada sirvià³ como mecanismo de reestructuracià³n del capital del cual salià³ la respuesta productiva al ascenso comunista del proletariado mundial.
Está claro hoy que lo que estaba en juego tras el triunfo de la revolucià³n comunista en China era, justamente, el espacio territorial y poblacional del mundo de la periferia. El equilibrio entre las fuerzas se expresà³ en la cristalizacià³n de viejas relaciones sociales que no podà­an ser afectadas de un solo golpe a riesgo de contribuir a la expansià³n de los ejà©rcitos rojos. El fordismo fue la respuesta que el capital con centro en Estados Unidos planteà³ frente al peligro de la revolucià³n socialista en Europa Occidental y al peligro de propagacià³n por el Tercer Mundo del ejemplo del bolchevismo y el maoà­smo. Y sin embargo, todavà­a en los sesenta, la llamada izquierda marxista no lograba ver a Estados Unidos sino como una mala y burda copia de la vieja experiencia europea. Eurocentrista como fue nuestra vieja izquierda, no logrà³ percatarse de que la comprensià³n del nuevo capitalismo implicaba un estudio a profundidad del "modelo" estadunidense.
Pero lo que ocurrià³ en Estados Unidos y Europa como una revolucià³n completa en la produccià³n, se tradujo al mundo casi precapitalista de la periferia de modo tortuoso y mediante complejos compromisos que se cristalizaron a lo largo de todo el llamado periodo de equilibrio. En Estados Unidos la revolucià³n fordista estaba ya madura cuando se produjo. Ahà­, por condiciones histà³ricas particulares que pasan principalmente por la guerra civil de mediados del siglo XIX y por un largo proceso de colonizacià³n hacia el oeste que terminà³ con el exterminio de la poblacià³n indà­gena, las fronteras entre el trabajo urbano y el rural eran mucho más tenues de lo que habà­an sido en Europa. A su vez, en la propia Europa el mismo modelo fordista fue impuesto por dos guerras virulentas que terminaron por destruir el viejo Estado liberal.
El mundo perifà©rico tuvo otra suerte. Ahà­ sobrevivieron instituciones como el ejido en Mà©xico o esos gremios laborales donde las plazas se heredan de padres a hijos por mandato expreso de los contratos colectivos (se fundaba asà­ la institucià³n de la herencia dentro de la familia obrera subdesarrollada, a imagen y semejanza de los gremios del medioevo europeo). Sobrevivieron tambià©n, gracias a una acumulacià³n capitalista regulada y atemperada por el Estado, ramas enteras y sectores de la produccià³n con predominio de la pequeña empresa. El trabajo intelectual pudo ver fundado un campus –con jardines està©ticos y murales renacentistas…—en el momento mismo en que el charrismo corporativo se apoderaba a sangre y fuego de los sindicatos, suprimiendo ahà­ toda libertad polà­tica a cambio de prestaciones para la vivienda o el transporte. Las comunidades indà­genas fueron "guarecidas" contra el mercado con muros de selva inhà³spita, o tierras desà©rticas o montañosas. En resumidas cuentas, el equilibrio entre las fuerzas frenà³ el avance del mercado en vastas zonas de la periferia y, por tanto, la proletarizacià³n de importantes sectores sociales.

La ruptura del equilibrio comenzà³ en los años setenta, una vez que el auge de la reconstruccià³n de Europa con los generosos dineros del Plan Marshall habà­a llegado definitivamente a su fin. El primer estallido se produjo entre los estudiantes del mundo que reaccionaban contra el modo de vida autocrático y estatista que se justificaba ya en nombre de la eficiencia o cierta igualdad. En el mejor estilo de los poetas malditos de Francia, aullaban tambià©n de indignacià³n los estudiantes ante la posibilidad de proletarizarse. Habà­an descubierto que en la universidad se valorizaban como tà©cnicos calificados gracias al sacrificio de la familia, una familia patriarcal que entraba en flagrante contradiccià³n con los preceptos de la ciencia y la libertad de espà­ritu. El 68 y sus secuelas forjaron un salto del marxismo –quizá el último--, aunque terminà³ à©ste cercado en las aulas, para que no se vinculara nunca al trabajo manual ni a la industria, en una modalidad que ya habà­a echado a andar Bismarck con su experimento del socialismo de cátedra allá por el último tercio del siglo XIX.


Habrà­a que revisar a estas alturas si la observacià³n de Lenin sobre la aparicià³n de una capa aburguesada del proletariado, que el llamà³ aristocracia obrera, deba limitarse exclusivamente a los paà­ses avanzados. Cualquier efà­mera burguesà­a ligada al comercio por la và­a de la exportacià³n de sus materias primas sabe cà³mo dominar a los charros más bragados. La aristocracia obrera surgià³ tambià©n en los llamados paà­ses perifà©ricos y eso sà³lo bastarà­a para que revisáramos a fondo esa visià³n simplista que tiende a prevalecer hoy, en plena desesperacià³n demagà³gica, sobre el carácter colonial de nuestros paà­ses. Una vez que las leyes de la acumulacià³n del capital expuestas por Marx en su capà­tulo XXIII del tomo I han mostrado actuar tal cual, tendrà­amos que concluir que el viejo proletariado terminà³ siendo una clase privilegiada frente a la explosià³n sin là­mite del ejà©rcito industrial de reserva y las nuevas modalidades de trabajo abstracto que van y vienen de una a otra rama, de una a otra especialidad.
La expansià³n del capitalismo durante la posguerra se manifestà³ en un apendejamiento general de los gremios y su imposibilidad absoluta de luchar en nombre de demandas generales capaces de trascender el estrecho espacio del oficio. El gremialismo, como ya habà­a visto Lenin, se convirtià³ en la polà­tica de la burguesà­a dentro del movimiento obrero, la forma en que la clase dominante evità³ la conformacià³n de una clase verdadera de los asalariados.
Por eso la eliminacià³n violenta de los gremios ha sido otra de las contribuciones revolucionarias del llamado neoliberalismo. En su movilidad permanente por todo el globo, los asalariados en potencia aprenden nuevas lenguas, se internacionalizan. Los viejos mitos se desmoronan. La clase proletaria mundial está por surgir del trabajo abstracto, como ya lo habà­a visto bien Marx en su capà­tulo de El Capital dedicado a la maquinaria y a la gran industria. Seatle fue el último golpe de los movimientos gremiales y el principio de una nueva lucha proletaria que tendrá que romper a fondo con todos los nacionalismos para tener mà­nimas posibilidades de à©xito.

Mantener la idea de los estados perifà©ricos como sinà³nimos de colonias significa ignorar que los estados polà­ticamente independientes del mundo del subdesarrollado fueron construidos por burguesà­as nacionales fuertemente ligadas al mercado mundial (como todas las burguesà­as) pero con hábitat propio de mercado nacional sobre el que se construyeron instituciones histà³ricas resultantes de una lucha de clases nacional y de una dominacià³n hegemà³nica de las clases nativas gobernantes.
Es producto de una mentalidad colonialista y eurocentrista la idea de que las naciones perifà©ricas no tienen propiamente Estado; que sus simulacros de Estado no son sino el eco de las polà­ticas del imperio en boga. No, de modo muy distinto, se trata de Estados verdaderos que se forjaron en alianza y con intereses comunes (y por tanto, potencialmente contradictorios) con los poderes imperiales sobre las masas subalternas del territorio.
Podrà­amos hablar del Estado mexicano, cuyas raà­ces se remontan a la guerra de independencia, pero que vio fundadas sus instituciones centrales en el periodo de la Reforma (1857-1860) luego de un proceso revolucionario de expropiacià³n de las tierras indà­genas comunales y las propiedades eclesiales que continuà³ a lo largo del porfiriato con la expropiacià³n de los pequeños propietarios y la reduccià³n violenta de los oficios artesanales. La revolucià³n mexicana de 1910-17 y el proceso de reformas del cardenismo fueron capà­tulos más en la construccià³n hegemà³nica del Estado mexicano.
El predominio actual de la derecha ha sido construido tambià©n luego de un largo proceso restaurador de construccià³n de hegemonà­a que inicià³ en 1929 con la fundacià³n del PAN y concluyà³ en el 2000 con el triunfo de Vicente Fox en las elecciones presidenciales. El PAN construyà³ su hegemonà­a tras largas dà©cadas de mantenerse casi en vida latente como un partido polà­tico doctrinario al margen de la real politik. No fue sino hasta la dà©cada de los ochenta, en el norte del paà­s (la frontera de Chihuahua con Estados Unidos), cuando la derecha liberal panista se metià³ al juego de las alianzas y las batallas electorales. En esa contienda arrastrà³ a una izquierda reformista que, por el contrario de su experiencia, en aras de un "antidogmatismo" oportunista, habà­a renunciado a toda doctrina y a cualquier lucha ideolà³gica, por lo tanto, a la hegemonà­a. En este momento, desde el poder, la derecha está a la ofensiva y tiene a la izquierda reformista en completa actitud defensiva.
Sobre estos temas deberemos profundizar en las sesiones dedicadas al análisis de la caracterizacià³n del rà©gimen polà­tico en Mà©xico, los llamados movimientos sociales y a la cuestià³n nacional. Concluyamos por ahora la crà­tica a las teorà­as del imperialismo e intentemos extraer las consecuencias polà­ticas.


Lo primero que se mostrà³ como una enorme falla en la teorà­a leninista (y bujarinista) del imperialismo fue su sobreestimacià³n del monopolio como pieza clave de la nueva fase capitalista. Lenin define varias veces al imperialismo como capitalismo en la era de los monopolios. Un capitalismo en el que la competencia ha desaparecido y, tambià©n, la mercancà­a como su cà©lula elemental. Se olvidaba asà­ que la contradiccià³n entre la competencia y el monopolio aparece ya en la propia estructura de la mercancà­a que Marx estudia a profundidad desde el primer capà­tulo de El Capital, pues ya la misma aparicià³n del dinero como equivalente general implica la monopolizacià³n de la funcià³n de intercambio en el mundo infinito de los valores de uso. Pero donde Marx exprime el tema de la relacià³n contradictoria entre la competencia y el monopolio, la acumulacià³n capitalista y la centralizacià³n, es en el capà­tulo XV del tomo III, dedicado a profundidad a entender el papel de la crisis como reorganizador de las condiciones para la acumulacià³n capitalista.
Marx sà­ admite la posibilidad teà³rica –y la necesidad, incluso-- de que se produzca en cierta fase de la acumulacià³n una monopolizacià³n absoluta de la produccià³n y la circulacià³n. Escribe:
"la tasa de ganancia, es decir, el incremento proporcional de capital es especialmente importante para todas las derivaciones nuevas del capital que se agrupan de manera autà³noma. Y en cuanto la formacià³n de capital cayese exclusivamente en manos de unos pocos grandes capitales definitivamente estructurados, para los cuales la masa de la ganancia compensara la tasa de la misma, el fuego que anima la produccià³n se habrà­a extinguido por completo. En ese caso, la produccià³n se adormecerà­a" (p-332).
Pero, antes, refirià©ndose a la centralizacià³n, habà­a apuntado: "La escisià³n entre las condiciones de trabajo, por una parte, y los productores, por la otra, es lo que constituye el concepto del capital: se inaugura con la acumulacià³n originaria, aparece luego como proceso constante en la acumulacià³n y concentracià³n del capital y se manifiesta aquà­ finalmente como centralizacià³n de capitales ya existentes en pocas manos y descapitalizacià³n de muchos (que bajo esta forma modificada se presenta ahora la expropiacià³n). Este proceso provocarà­a el colapso de la produccià³n capitalista sino operasen constantemente tendencias contrarrestantes con un efecto descentralizador, junto a la fuerza centrà­peta" (p-316).
La crisis, al desvalorizar el capital, restablece las condiciones de la acumulacià³n de capital y, asà­, de la competencia y la produccià³n de mercancà­as. "El estancamiento verificado en la produccià³n (resultado del monopolio) habrà­a preparado una ulterior ampliacià³n de la misma dentro de los là­mites capitalistas.
"Y de este modo se recorrerà­a nuevamente el cà­rculo vicioso. Una parte del capital desvalorizada por paralizacià³n funcional, recuperarà­a su antiguo valor. Por lo demás, se recorrerà­a nuevamente el mismo cà­rculo vicioso con condiciones de produccià³n ampliadas con un mercado expandido y con una fuerza productiva acrecentada" (p-327).
Este mismo proceso explica que, a la larga, el capital productivo termine por imponerle sus condiciones al capital financiero. Lo mismo que Inglaterra terminà³ doblegando a Holanda, que habà­a sido su acreedor, Estados Unidos revirtià³ la relacià³n con Inglaterra y el resto de Europa. En ambas transiciones ocurrià³ una revolucià³n productiva que restablecià³ condiciones para una acumulacià³n ampliada a la vez que sometià³ el capital financiero al industrial.
Si bien para Lenin el capital financiero significa la fusià³n entre el capital industrial y el capital bancario (dinerario), su teorà­a sobre el imperialismo subraya –lejos de las simplificaciones antidialà©cticas de sus epà­gonos…—que en la "nueva fase" la separacià³n entre el capital productivo y el dinerario adquiere unas proporciones inmensas, al grado de que se plasma entre distintos paà­ses, los que exportan capital y hacen las veces de acreedores y los que producen con dinero que reciben a prà©stamo. O sea, a diferencia de algunos autores como Hilferding, en Lenin la fusià³n entre el capital productivo y el capital bancario no suprime su escisià³n ni su relacià³n contradictoria.
De esta separacià³n entre capital dineraria y capital productivo, entre acreedores y deudores, encarnada en paà­ses, los seguidores contemporáneos de la teorà­a leninista han hecho su tema predilecto, siguiendo en realidad la ruta de Kautsky que tendà­a a hipervalorar el problema nacional. Según ellos en las "neocolonias" deudoras no puede existir siquiera una burguesà­a autà³ctona, toda vez que los productores no son dueños de los capitales con los que actúan. Producen con capitales prestados por los que tienen que pagar altos intereses que desangran a sus paà­ses y a ellos mismos.
Marx analiza tambià©n en el tomo III la separacià³n entre el capital productivo y el capital dinerario como antà­tesis entre ganancia empresarial e interà©s. Nos interesa traer a colacià³n este análisis porque pone en evidencia una de las implicaciones polà­ticas más graves de la teorà­a del imperialismo, la implicacià³n nacionalista. La que incluso puede acceder a una visià³n antiimperialista revolucionaria pero no deja de ver al enemigo como algo externo, como algo que está afuera del territorio nacional y del cuerpo de cada uno. Como si el capital no tupiera cada poro del planeta, y hasta los poros entre las fronteras.
Esta separacià³n dentro del capital entre ganancia e interà©s, según Marx, es "la forma antità©tica en las dos partes en las que se divide la ganancia, es decir, el plusvalor" y "hace olvidar que ambas no son más que partes del plusvalor y que su divisià³n en nada puede alterar su naturaleza, su origen y sus condiciones de existencia" (Tomo III, capà­tulo XXIII, El interà©s y la ganancia empresarial).
Escribe Marx: "Frente al capitalista financiero, el capitalista industrial es un trabajador, pero trabajador como capitalista, es decir como explotador del trabajo ajeno". Y más adelante: "Con el desarrollo de la cooperacià³n por parte de los obreros, de las sociedades anà³nimas por parte de la burguesà­a, se le quità³ base de sustentacià³n inclusive al último pretexto para confundir la ganancia empresarial con el salario administrativo, con lo cual la ganancia tambià©n aparecià³ en la práctica como lo que era, innegablemente, en la teorà­a: como mero plusvalor, valor por el cual no se ha pagado equivalente alguno, trabajo realizado impago; de modo que el capitalista actuante explota realmente el trabajo, y el fruto de su explotacià³n, si trabaja con capital prestado, se divide en interà©s y en ganancia empresarial, en excedente de la ganancia por encima del interà©s".
La forma antità©tica entre el interà©s y la ganancia empresarial nubla con apariencias el hecho real de que tanto la ganancia empresarial como el interà©s dependen directamente de la plusvalà­a, es decir, de la explotacià³n del trabajo ajeno. La forma antità©tica aquà­ estudiada oculta por el lado del acreedor toda relacià³n directa con la explotacià³n del trabajo ajeno. El dinero aparece ya sin mediacià³n alguna entre su estado presente y valorizacià³n del futuro, aparece pues con capacidad natural de acrecentarse sin fin. La valorizacià³n aparece como una virtud natural del dinero, como su facultad divina, al margen del trabajo. Se instaura asà­, desde la perspectiva del interà©s, la era de la subjetividad del dinero. En la fà³rmula D-D´ no sà³lo se ha esfumado ya el proceso de trabajo como núcleo de la valorizacià³n, sino la propia materialidad de la cosa mercancà­a. Ocurre la desmaterializacià³n social que implica niveles cada vez más altos de pensamiento abstracto y virtual.
Por otro lado la forma antità©tica de la ganancia empresarial y el interà©s oculta desde la primera categorà­a, desde la ganancia, el carácter especà­ficamente capitalista del empresario, y lo hace aparecer como un tipo de trabajador asalariado calificado, cuya funcià³n en la produccià³n es organizarla y hacerla posible. Su trabajo especà­fico de hacer posible la explotacià³n y apropiacià³n del trabajo ajeno se legitima como un tipo calificado de asalariado.
El empresario que organiza la fuerza de trabajo para valorizar el capital que recibià³ en prà©stamo del dueño del dinero resulta un trabajador más, un asalariado con calificacià³n. Estarà­a situado en contradiccià³n con los acreedores y no con los asalariados.
Es sobre esta marometa ideolà³gica sobre la que se constituye la teorà­a del frente amplio nacionalista del leninismo del Imperialismo... y la Tercera Internacional receta como válido para los paà­ses de la "periferia", para los paà­ses deudores y coloniales. Pero esta marometa ideolà³gica oculta, precisamente, el hecho de que el empresario que valoriza el capital con dinero a prà©stamo vive por y para la explotacià³n del trabajo ajeno. Por lo demás, esta relacià³n antità©tica entre el interà©s y la ganancia empresarial, no es exclusiva como diferencia entre los paà­ses desarrollados y los "perifà©ricos", tambià©n ocurre en el interior de las metrà³polis entre las distintas fracciones del capital.
Si se ve con detenimiento el asunto, no puede caber ninguna duda sobre el và­nculo directo entre el problema de la antà­tesis entre el interà©s y la ganancia, de una parte, y la polà­tica, de otra. El empresario es definido aquà­ por Marx como un organizador de trabajo, esto es, como un administrador que no necesariamente es dueño de su capital inicial y lo tiene a prà©stamo. De ahà­ la necesidad de definir al cuerpo de funcionarios como el brazo polà­tico y administrativo de la burguesà­a. En eso atinà³ Poulantzas cuando excluyà³ del "frente anticapitalista" a este sector de la tecnocracia pequeñoburguesa que florece con la desmaterializacià³n del trabajo..
Si esto fuera en China, tendrà­amos además atrás toda la tradicià³n milenaria de Confucio que bien puede ordenar ahora la prohibicià³n de la minifalda, pantalones a la cadera o el cierre de todo escote. El peso central del Estado en las là­neas ideolà³gicas (culturales) de la sociedad, pero, a un mismo tiempo, la descentralizacià³n colectiva y comunal en un gigantesco mercado integrado por regiones delimitadas. Este es el secreto de la productividad china que inaugura una forma colectiva de competencia, construida en la dialà©ctica de la centralizacià³n regional del territorio y sus fuerza de trabajo. Los flujos de las mercancà­as, etc. En este sentido, China se convierte en la posibilidad de una revolucià³n comunal frente al "modelo" gringo que ya nada tiene del viejo individualismo y se ha trocado, como dice Jameson, en puro corporativismo. La comuna democrática frente a la corporacià³n gringa.
Bajo el dominio del capital financiero norteamericano, el mercado mundial se recompone por otra revolucià³n productiva que, esta vez, parece provenir de China. Es cierto que China no tiene posibilidades de disputarle la hegemonà­a a Estados Unidos en los prà³ximos años, pero, tomando en cuenta la experiencia de los saltos anteriores (de Holanda a Inglaterra y de Inglaterra a Estados Unidos), podrà­amos pensar que esta lucha ocupará el escenario principal en los prà³ximos 30 años. Ya hoy, la presencia de China en Amà©rica del Sur, estimula contradicciones entre los gobiernos del Mercosur y el de Estados Unidos. Ha sido el poderoso vigor de la acumulacià³n capitalista en China la causa principal de la reanimacià³n reciente de toda la economà­a mundial y el alza generalizada de los precios de las materias primas.
La idea de un mundo unipolar bien pronto se desvanece, pese a los esfuerzos desesperados del militarismo actual norteamericano. Las propias leyes del capital, que establecen la competencia en el mercado mundial mediante estados nacionales y fronteras delimitadas en torno a los mercados nacionales, llevan a la agudizacià³n de las mismas contradicciones que terminarán, nuevamente, por romper el monopolio de una sola potencia.
En tanto, el capital tupe todas las regiones del planeta y va agotando el espacio para su ascenso, maduran en vastas zonas de la tierra las condiciones objetivas para la revolucià³n socialista. La centralizacià³n de la industria, incluso en nuestros paà­ses ha madurado la expropiacià³n. No hay ya vuelta posible a los tiempos de la competencia libre, pacà­fica y honrada, como sueñan algunos representantes teà³ricos de la pequeña burguesà­a antiimperialista. Sà³lo la socializacià³n de los medios de produccià³n y el poder de los consejos proletarios en las ciudades y en el campo harán posible un nuevo ciclo largo de progreso y bienestar para las sociedades humanas.
Mà©xico D.F., julio de 2004