Algunas observaciones sobre el Consenso de La Habana

24/11/2001

Mario Rivera Guzmán, Mà©xico

Para los 800 delegados que se congregaron en La Habana, entre 13 y el 16 de noviembre del 2001, durante la realizacià³n del Encuentro Hemisfà©rico de Lucha contra el ALCA (Írea de Libre Comercio para las Amà©ricas), las polà­ticas neoliberales representan un atentado a la autodeterminacià³n de los pueblos y a la legitimacià³n del principio de la soberanà­a nacional. Las desigualdades econà³micas y sociales generadas por la agenda neoliberal, la concentracià³n de la riqueza, y la exclusià³n social son las verdaderas causas de la crisis actual.
En la resolucià³n del Encuentro, conocida ya como Consenso de La Habana, se afirma que el ALCA continúa avanzando mediante negociaciones secretas y se dice que "nuestros gobiernos no pueden abdicar de la definicià³n de polà­ticas nacionales de desarrollo econà³mico y la promocià³n del bienestar y la equidad social, sobre la base del respeto a la autodeterminacià³n de los pueblos". Se exige a los gobiernos que presenten estudios e investigaciones seriamente fundamentados sobre el impacto del ALCA en los diferentes sectores de las economà­as nacionales y sobre los mercados laborales, la industria cultural y el medio ambiente. Además, se insta a los parlamentos y grupos de parlamentarios del continente para que asuman un rol protagà³nico y abran los debates en torno a los acuerdos del ALCA. Finalmente, en este mismo punto, el Encuentro llama a sumar fuerzas en la construccià³n de un espacio de consenso polà­tico para la elaboracià³n de propuestas alternativas de desarrollo para los pueblos de las Amà©ricas, en contraposicià³n al actual modelo neoliberal.
Según la declaracià³n final de La Habana el ALCA significa en la práctica que los paà­ses del Sur compitan fieramente entre sà­ por el favor de los mercados y las inversiones del Norte, ofertando sus bajos salarios. Aunque despuà©s, de manera contradictoria con lo que ya se dijo más arriba acerca de la complicidad de los gobiernos latinoamericanos en el proceso de implantacià³n del ALCA, se alerta sobre los enormes peligros de adelantar los plazos para poner en marcha el ALCA, "teniendo en cuenta que la crisis imperante pudiera fracturar la unidad latinoamericana y la harà­a más vulnerable frente a los Estados Unidos en esa negociacià³n".
En general, es à©ste uno de los puntos flojos de la declaracià³n de La Habana. ¿De quà© unidad latinoamericana puede hablarse si por otro lado se reconoce que los paà­ses de la regià³n están compitiendo fieramente por granjearse los favores de los inversionistas del Norte, algo que por lo demás resulta totalmente normal en el marco de la competencia capitalista? ¿De quà© unidad puede hablarse cuando los gobiernos de la mayor parte de los paà­ses de la regià³n están negociando con Estados Unidos, a espaldas de sus pueblos, los acuerdos del ALCA?
Se dice que los gobiernos de Amà©rica Latina no pueden abdicar de polà­ticas nacionales diseñadas sobre el respeto a la autodeterminacià³n de los pueblos. No se dice que ya han abdicado, aunque se reconoce que negocian a hurtadillas y casi de manera clandestina una integracià³n corporativa que significará la "desintegracià³n de las economà­as nacionales, de las sociedades y de las culturas, imponiendo contra las Constituciones nacionales los derechos privados de las empresas multinacionales".
¿Por quà© se alerta sobre la ruptura de la unidad latinoamericana debida a la crisis cuando en otro punto de los resolutivos se acepta que el ALCA ocasiona que el dà©ficit democrático en las Amà©ricas "se profundice con la vigencia de una llamada Carta Democrática Interamericana, adoptada en Lima, el 11 de septiembre del 2001, por los Estados miembros de la OEA", cuando "esta Carta ignora la soberanà­a de los pueblos y pretende certificar, desde afuera, la legitimidad democrática de un gobierno?"
¿Acaso queda algo de esa unidad latinoamericana y de esa soberanà­a nacional cuando las "transnacionales y los inversionistas presentan demandas contra gobiernos y à©stas se dirimen en paneles arbitrales internacionales, bajo el principio de que el interà©s corporativo transnacional debe imponerse sobre el derecho y el interà©s nacionales?
Como sugirià³ un delegado de Chile en el Encuentro de La Habana, la là­nea de la resistencia parece resultar ya obsoleta en la situacià³n en la que se encuentra la mayor parte de los paà­ses de Amà©rica Latina, cuando en muchos de ellos la reestructuracià³n neoliberal terminà³ hace dà©cadas; cuando en esas naciones, como Chile y Argentina, no queda nada por ser privatizado, porque todo pasà³ desde hace tiempo a manos de las transnacionales.
Frente a las instancias polà­ticas y jurà­dicas construidas ya por las fuerzas continentales que enarbolan la integracià³n imperialista, los participantes en La Habana abogan por la capacidad de los Estados nacionales para defender las necesidades sociales y enfrentar, "cuando fuera necesario, los intereses de lucro desmedido de las corporaciones y la pretensià³n dominante de cualquier paà­s extranjero". En esto, hay que decirlo, el proyecto nacionalista marcha a la zaga de las reformas transnacionalizadoras al modo corporativo de los imperialistas que impone Estados Unidos con sus aliados de la gran burguesà­a de Amà©rica Latina.
No es que los representantes de las organizaciones sociales latinoamericanas que se encontraron en La Habana renuncien de palabra a un programa de integracià³n continental. De hecho abogan por à©l cuando consideran "indispensable fomentar un proceso de cooperacià³n internacional que cuente con el financiamiento para el desarrollo por parte de las naciones más poderosas, a fin de equilibrar las posibilidades de los paà­ses más subdesarrollados y empobrecidos del área". Dicho financiamiento que nivelarà­a las desigualdades entre los distintos paà­ses y significarà­a un trato preferencial, podrà­a lograrse, según el Encuentro, mediante el desconocimiento de la impagable e ilegà­tima deuda externa. En esto el Consenso de La Habana no fue mucho más delante de lo que constituyà³ la parte central de la lucha del gobierno cubano a mediados de la dà©cada de los ochenta, cuando Fidel Castro encabezà³ personalmente una movilizacià³n contra el pago de la deuda externa.


En realidad, más allá de lo que quedà³ escrito en la declaracià³n final del Encuentro Hemisfà©rico de Lucha Contra el ALCA, quienes asistimos a la reunià³n durante las tres jornadas y media, podemos referirnos a algunas cuestiones que subyacen en el texto sin que necesariamente hayan quedado explà­citas en todos los casos.
Para los participantes en el Encuentro de La Habana –un acto que se realizà³ por convocatoria de organizaciones sociales cubanas y la Alianza Social Continental--, el ALCA representa, más que la globalizacià³n o internacionalizacià³n de las economà­as latinoamericanas, su plena y absoluta norteamericanizacià³n. Se tratarà­a de un proceso centralizado desde el gobierno y los grandes capitales de Estados Unidos que barre con la soberanà­a nacional y las constituciones de los paà­ses de Amà©rica Latina. Dicho proceso, que avanza ya con la complicidad de casi todos los gobiernos del área, significa la aniquilacià³n de la pequeña y mediana industria y de la gran masa de agricultores independientes, asà­ como de las comunidades indà­genas. Frente a este proyecto, los movimientos de resistencia que se encontraron en La Habana defienden la posibilidad de una integracià³n latinoamericana definida y negociada por los Estados nacionales y sus instrumentos jurà­dicos que, a la vez, cuente con palancas redistributivas para nivelar las desigualdades de los participantes en el proceso de integracià³n.
La alternativa adoptada en el Encuentro Hemisfà©rico pareciera representar el punto de vista de cinco sectores sociales principales en Amà©rica Latina: el de las comunidades indà­genas que hasta la fecha no fueron integradas a los mercados nacionales del área; el de la pequeña y mediana empresa en la ciudad y el campo; el de los sindicatos gremiales de obreros y empleados de la regià³n; el de los integrantes de una burocracia estatal vinculada a las empresas paraestatales y a algunos de los gobiernos de la regià³n; y el de los profesionistas y acadà©micos universitarios. Es casi seguro que tambià©n vastas capas del estudiantado encuentren reflejadas sus posiciones en los resolutivos de La Habana, aunque para ser sinceros, por esta vez estuvieron modestamente representados en el evento.
En la propuesta de La Habana –que pone en la defensa de las soberanà­as nacionales el principal à©nfasis-- existe la intencià³n de avanzar hacia una integracià³n regional semejante a la que se ha venido implantando durante las últimas dà©cadas en la Comunidad Econà³mica Europea. Sà³lo que a diferencia de esta experiencia –y por obvias razones de atraso regional--, el proyecto latinoamericano requiere de apoyos externos que neutralicen el dominio monopolista del gran capital estadounidense. Tales apoyos externos estarà­an representados por las inversiones de capital europeo y asiático. A la vez, la integracià³n latinoamericana –como la europea-- requerirà­a de la voluntad polà­tica de los gobiernos de la regià³n, hecho que no se ha observado hasta el momento, salvo en los casos de Cuba y Venezuela.
La alternativa presentada por quienes se oponen al ALCA deja abierta, pues, la posibilidad de reestructurar mediante acciones de polà­tica interior los Estados nacionales latinoamericanos cuya institucionalidad se ve amenazada hoy por la hegemonà­a de los derechos privados de las empresas transnacionales. Esta última posicià³n hace menos à©nfasis en la construccià³n de instancias internacionales para la negociacià³n polà­tica y apunta claramente hacia la consolidacià³n de un bloque en Amà©rica Latina apuntalado con inversiones de Europa y Asia. Pareciera pues una carta dirigida fundamentalmente contra Estados Unidos.


En la contrapropuesta de La Habana frente al ALCA se observan algunas deficiencias y limitaciones graves que podrà­an determinar su rotundo fracaso y su incapacidad para responder con eficacia al plan hegemà³nico de Washington. Intentemos aquà­ señalar algunos de estos vacà­os:
En primer lugar habrà­a que decir que las resoluciones del Consenso de La Habana para la integracià³n de los Estados latinoamericanos excluyen prácticamente –aunque no de manera explà­cita-- a los sectores de Estados Unidos y Canadá que se movilizan tambià©n contra el ALCA. Esta falla en el planteamiento del Consenso de La Habana quedà³ evidenciado en el mapa de Amà©rica que aparecià³ en tribuna del Palacio de las Convenciones el dà­a de la inauguracià³n del evento en La Habana, el dà­a 13 de noviembre. Como dicho mapa representaba únicamente Amà©rica Latina y el Caribe excluyendo a Estados Unidos y Canadá, se externaron algunas opiniones de parte de las nutridas delegaciones de dichos paà­ses que llevaron a los organizadores del evento a agregar la parte faltante del mapa la misma tarde de la inauguracià³n. Sin embargo, en la portada del documento de Declaracià³n Final, distribuida entre los delegados el último dà­a del encuentro, el mapa volvià³ a aparecer mochado como al principio...
Excluir a los sectores sociales que luchan en Estados Unidos y Canadá contra el Írea de Libre Comercio para las Amà©ricas serà­a como ignorar lo que ha sido una de las grandes y únicas virtudes de las polà­ticas neoliberales: haber generado por primera vez en la historia las condiciones objetivas para una alianza estratà©gica entre los pueblos de Amà©rica Latina y el proletariado del norte de Amà©rica.
Quedà³ claro para muchos que si las fuerzas que se oponen al ALCA no son capaces de decir algo más que No, serán impotentes para frenar la reestructuracià³n desde Washington y perderán la batalla, incluso en el supuesto de que se realice un plebiscito para aprobar o no la puesta en vigor de los acuerdos comerciales.
La historia de las dà©cadas recientes nos dice claramente que decir ¡No! no basta para impedir la imposicià³n de las polà­ticas capitalistas. Asà­, por ejemplo, las fuerzas nacionalistas que actuaban en Mà©xico hacia finales de los años setenta –muchas de las cuales estuvieron en el evento de La Habana…—dijeron no al GATT y el GATT se impuso. Unos cuantos años despuà©s, fuerzas latinoamericanas de las mismas tendencias dijeron no al pago de la deuda externa y, de todos modos, los gobiernos pagaron. A principios de los noventa, nuevamente la izquierda nacionalista en Mà©xico dijo no al TLC y el TLC se impuso. Y asà­, podrà­a ampliarse la lista de los fracasos en las últimas tres dà©cadas hasta el infinito...
Hay que decir tambià©n que abundaron los cuestionamientos sobre las medidas concretas a impulsar para conformar el bloque anti ALCA. Será difà­cil, remarcaron algunos delegados, aglutinar a las fuerzas proletarias del campo y la ciudad si el programa alternativo se limita a levantar las reivindicaciones de la mediana y pequeña industria. Persisten serias dudas sobre cà³mo podrá mantenerse el frente social latinoamericano contra el ALCA si, por ejemplo, demandas contra el desempleo como la reduccià³n de la jornada de trabajo afectarà­an seriamente los intereses de esos núcleos activos de la pequeña y mediana empresa. ¿No será acaso que para marchar junto a estos sectores, el proletariado de Amà©rica tenga que ocultar y renegar de sus aspiraciones al socialismo?
Ni siquiera la perspectiva que representan los sindicatos gremiales que participaron en el evento de La Habana será capaz de aglutinar a las grandes masas de asalariados del continente, pues como lo expuso el delegado chileno Rafael Agacino, la reestructuracià³n neoliberal ha implicado la destruccià³n de sectores enteros de la vieja clase obrera y la aparicià³n de otros nuevos. Lo señalà³ tambià©n una oradora de Estados Unidos cuando informà³ que en ese paà­s sà³lo el 13 por ciento de los asalariados se encuentran organizados en sindicatos. Lo anterior implica que los gremios sindicalizados representan ahora sà³lo a una capa privilegiada y aburguesada del proletariado. El grueso de los nuevos asalariados no se encuentra representada en los gremios. En ese sentido se acerca más a la clase obrera moderna de la que hablara Marx en El Capital, es decir, que no está ligada a los oficios de manera permanente sino que, a travà©s de múltiples actividades reguladas por la oferta y la demanda, se vincula directamente al concepto y a la práctica de trabajo social y abstracto. Lo que para muchos de los sindicalistas que plantearon sus posiciones en La Habana serà­a el flagelo de la flexibilizacià³n y la polivalencia del trabajo asalariado, desde nuestra perspectiva constituye la base objetiva para el surgimiento de un verdadero partido obrero a nivel mundial, más allá de la visià³n particular de los gremios y las nacionalidades.
Resulta dudoso que el proyecto expuesto en el Consenso de La Habana sea capaz de frenar la entrada en vigor del ALCA, de no plantearse un programa superior de alternativa al neoliberalismo. De mantenerse simplemente en la defensa de los derechos establecidos en los viejos Estados, los movimientos de resistencia repetirán indefectiblemente la suerte de los gremios artesanales y los campesinos privados que, desde sus particularismos, fueron incapaces de oponerse a la nivelacià³n por el capital y resultaron expropiados al unà­sono cuando la acumulacià³n originaria en Inglaterra, allá en el siglo XVI.
Serà­a una ilusià³n nociva suponer –como lo hicieron algunos de los representantes en el encuentro-- que el capital, por el hecho de ser nacional o europeo (o asiático), dejarà­a de generar desigualdades y rupturas entre las clases sociales de los paà­ses latinoamericanos. Tal postura partirà­a además de la amnesia sobre lo que fue hasta hace poco la historia de los Estados nacionales con hegemonà­a de las burguesà­as; del olvido de las causas que provocaron la desintegracià³n de los Estados benefactores y la privatizacià³n de los bienes nacionales, no sà³lo en Amà©rica Latina sino, incluso, en los paà­ses que errà³neamente se conocieron como socialistas en Europa.
No se puede ignorar que desde la perspectiva de la maximizacià³n de la ganancia, es decir, desde el punto de vista capitalista, el programa neoliberal resulta superior al de los Estados nacionales capitalistas que existen todavà­a actualmente llenos de parches e incoherencias. La centralizacià³n de los capitales que en las condiciones concretas de Amà©rica se traduce en norteamericanizacià³n, de un lado, y, de otro, en desnacionalizacià³n, destruye muchas de las barreras que actualmente generan crisis y abre las condiciones para una circulacià³n más expedita de los capitales, lo cual contrarresta de muchos modos la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. En ese sentido, es preciso caracterizar a las polà­ticas neoliberales como una respuesta capitalista a la crisis de los modelos nacionales y estatistas del capitalismo latinoamericano, más que como su causa.
El análisis que se realizà³ en la reunià³n no profundizà³ en los cambios de las condiciones econà³micas mundiales que están sobreviniendo con la crisis en curso. Y en este punto hay que observar que la recesià³n mundial está provocando, como siempre que se presentà³ una situacià³n semejante, movimientos hacia la autarquà­a y el proteccionismo en las economà­as centrales. Es posible que del libre comercio, las polà­ticas imperialistas intenten avanzar directamente a la anexià³n por la guerra y a otras modalidades de ese tipo. Creemos que será necesario observar atentamente la evolucià³n de los acontecimientos y sacar a tiempo las conclusiones correspondientes.
Desde nuestro punto de vista, sà³lo una propuesta internacionalista que aglutine a los asalariados del continente podrá hacerle frente exitosamente al embate neoliberal. Esta serà­a la única opcià³n que salvara a los pueblos de la regià³n de la catástrofe. Ello implica que, en lugar de seguir aferrándose en contra de la proletarizacià³n que produce la centralizacià³n capitalista y por mantener a salvo a las viejas capas pequeñoburguesas, la resistencia se movilice hacia la organizacià³n de los asalariados en favor de un proyecto socialista. Tal proyecto, en la medida en que represente a la clase obrera del continente y el mundo, en la medida en que sepa crear a ese nivel global un nuevo bloque social en alianza con las masas de desempleados y de pequeñoburgueses arruinados, superará tambià©n los modelos de socialismo hasta ahora conocidos, en los cuales los caudillos o los partidos o los aparatos burocráticos suplantaron la soberanà­a de los asalariados.
Hay que decir por cierto que en los debates de La Habana las fuerzas más avanzadas del socialismo experimentaron progresos indudables. En el transcurso de una discusià³n respetuosa frente a otros contingentes anti ALCA, pusieron en la mesa de la reflexià³n una serie de temas que desde ahora tendrán que ser considerados por los movimientos de la resistencia. En ese sentido, por el esfuerzo de estos sectores socialistas, el debate pasà³, poco a poco, de una mera lista de condolencias y un registro de agravios, a un esfuerzo sistemático para plantear soluciones a los problemas que ahogan a todos nuestros pueblos. Quizá a eso se debià³ el poco eco que encontrà³ el Encuentro en la prensa comercial del área, a diferencia de cuando se han producido acciones globalifà³bicas meramente contestatarias y espectaculares.
En tanto avanza el proceso en curso, es necesario construir las instancias polà­ticas que abran canales democráticos a nivel continental para la participacià³n de los nuevos bloques sociales. Es à©sta una de las directrices indudablemente más valiosas del Consenso de La Habana. Sà³lo asà­ podrá evitarse que la mal llamada globalizacià³n se produzca sobre la masa pasiva del proletariado y los demás sectores afectados por las polà­ticas neoliberales.

Mà©xico, Distrito Federal.
20 de noviembre del 2001