Los pueblos son las và­ctimas del Terrorismo de Estado de los Gobiernos Capitalistas

22/02/2003

Documento de la Comisià³n Internacional de las FARC-EP, Raúl Reyes

Montañas de Colombia, febrero 18 de 2003

El Capitalismo en su esencia y práctica polà­tica, econà³mica, social y cultural, produce estados administrados por gobiernos fascistas, terroristas, mafiosos, mercenarios y autoritarios para garantizar la defensa de sus intereses de clase. Lo hace a costa de la explotacià³n, expropiacià³n, intimidacià³n, chantaje, dolor, asesinatos selectivos e indiscriminados, calumnias y argucias contra los dirigentes populares de las organizaciones polà­ticas de oposicià³n defensoras de los intereses del pueblo trabajador, a las que finalmente califica cà­nicamente de "terroristas o narcoterroristas". Estos epà­tetos o calificativos es lo menos que pueden esperar los pueblos y las organizaciones revolucionarias de sus verdugos en el ejercicio del poder polà­tico

Estos estados y sus gobiernos proceden asà­ porque de otra manera son incapaces de mantener su dominio y privilegios de Casta gobernante en el poder, sobre los explotados ansiosos de libertades plenas con derechos polà­ticos, econà³micos y sociales para vivir dignamente.

Los pueblos son las và­ctimas del terrorismo de Estado del Capitalismo, los que se expresan en asesinatos, desapariciones, torturas, exilios, desplazamientos, amenazas con indiscriminado terror para los dirigentes de los partidos y las organizaciones populares y de izquierda defensoras de los desposeà­dos y marginados por los representantes del Sistema Capitalista de la exclusià³n, el analfabetismo, la miseria, desnutricià³n y el hambre.

Es asà­ como los Capitalistas histà³ricamente han castigado y quieren seguir su bestial castigo con mà©todos brutales para los pueblos por atreverse a reclamar sus derechos a la vida, al trabajo bien renumerado, a la educacià³n y salud gratuitas y eficientes, a la vivienda digna, a que los campesinos posean tierras fà©rtiles con asistencia tà©cnica y crà©ditos baratos, con và­as de comunicacià³n y mercadeo de sus productos que asegure la venta y compra a precios justos.

Más severo es el látigo de los capitalistas contra los pueblos cuando estos habitan en paà­ses poseedores de importantes riquezas naturales representadas en petrà³leo, gas, carbà³n, oro, esmeraldas, agua dulce, oxà­geno, con climas y tierras fà©rtiles para producir los más variados productos alimenticios durante todo el año, además de contar con una privilegiada posicià³n geopolà­tica y geoestratà©gica en el continente.

Ante la bárbara y despiadada represià³n polà­tica, econà³mica, social y cultural de los capitalistas contra las legà­timas aspiraciones y derechos de los pueblos a estos sà³lo les queda la opcià³n de la lucha polà­tica organizada de las masas por sus reivindicaciones sin dejarse intimidar por las acciones armadas violentas de los ejà©rcitos y la policà­a ni por los efectos que los enemigos buscan con calificativos de terroristas, bandidos, narcoterroristas o comunistas enemigos de la democracia, las instituciones legà­timas y las leyes. Estas formas de la guerra son usadas por los estados terroristas del sistema ante el evidente desespero de perder la conduccià³n y control de sus multimillonarios bienes.

En Colombia el Gobierno del Estado Terrorista, promulgado por las directivas de los partidos liberal-conservador, en 1928 masacrà³ los trabajadores de las Bananeras; a partir de l948 a consecuencia de la guerra entre los jefes liberales y conservadores asesina a más de 300 mil colombianos entre hombres, mujeres y niños del pueblo; el Estado terrorista de Colombia asesinà³ en 1985 la Corte Suprema de Justicia; el diario El Tiempo de Bogotá registra un promedio de 15 masacres anuales cometidas por los paramilitares; este mismo Estado con su terrorismo causo el más grande genocidio de la historia con la muerte a manos de integrantes de sus fuerzas de seguridad de más 4.500 militantes del Partido Comunista y de la Unià³n Patrià³tica, entre los que contamos centenares de sindicalistas, campesinos y decenas de mujeres, jà³venes, niños, maestros, obreros, indà­genas, intelectuales, distintos candidatos presidenciales, senadores, representantes a la cámara, diputados, concejales, alcaldes, jueces y gente humilde de la poblacià³n civil. Lo hicieron para criminalizar la protesta social y polà­tica, con lo que además forzaron al pueblo a utilizar las armas en su propia defensa y para luchar por sus derechos y convicciones polà­ticas de clase explotada hasta construir la nueva Colombia, liderada por un Gobierno Pluralista, Patrià³tico y Democrático.

Con la finalidad de ilustrar mejor a nuestros lectores sobre la gravedad del origen del conflicto colombiano incluimos un artà­culo periodà­stico del Socià³logo Alfredo Molano Bravo.

Comisià³n Internacional de las FARC-EP


Raúl Reyes
Montañas de Colombia febrero, 18 de 2003


Terrorismo y terror

Por ALFREDO MOLANO BRAVO

El terrorismo -lo ha dicho Chomsky- no es una ideologà­a; no es de derecha ni de izquierda. Es un arma de guerra, un arma feroz. Hay que rechazarlo de plano, sin consideraciones ni justificaciones, y asà­ lo hago y lo firmo. Tan repugnante me parece el brutal bombazo en el Club El Nogal como la masacre del rà­o Naya, o la masacre de San Carlos, o la bomba racimo-cluster que, según el FBI, la Fuerza Aà©rea soltà³ contra los campesinos en Santo Domingo.

El terror se ha apoderado de la guerra, es cierto. Pero esa asociacià³n à­ntima tiene una larga historia: matanza de las Bananeras (1928); matanza de Gachetá (1939); genocidio de gaitanistas, matanza de Ceilán (1949); matanza en la Casa Liberal de Cali (1949); matanza de Là­bano, Tolima (1952); matanza de estudiantes en Bogotá (1954); matanza de Galilea (1955); matanza de Santa Bárbara, Antioquia (1965); matanza en el Paro Nacional de septiembre de 1977 en Bogotá; matanza del Palacio de Justicia (1985); matanzas de La Negra, Mejor Esquina, Honduras (1987); matazà³n de La Rochela (1988), matazà³n de pasajeros de Avianca (1990); matazà³n de Mapiripán (1997); matazà³n de Bojayá, genocidio de la Unià³n Patrià³tica, matazà³n de sindicalistas, dirigentes campesinos e indà­genas, periodistas, indigenistas, curas y monjas. La historia muestra que el terror y la guerra son en nuestro caso consustanciales. De ahà­ que, si somos coherentes, honestos y valientes, hay que rechazar con la misma vehemencia la guerra misma como alternativa para resolver nuestros conflictos sociales y polà­ticos. Es puro fariseà­smo tratar de distinguir lo uno de lo otro.

Tan perverso como el terrorismo me parece el uso de los actos de terror para imponer otro terror. A raà­z del incendio del Reichstag en 1933, Hitler logrà³ la aprobacià³n de las "medidas de emergencia" que le permitieron volverse el amo de Alemania y despuà©s de la guerra. Más cerca: Bush usà³ el 11 de septiembre para tomar todas las "medidas de excepcià³n" que el pueblo americano jamás hubiera aceptado en otra condicià³n. Y miren dà³nde va. Ahora, sobre las cenizas de El Nogal, el Gobierno reaccionará con una cascada de medidas represivas que nada le harán al terrorismo -porque muchas tendrán ese signo- pero que recortarán más aún los espacios de expresià³n y de respuesta frente a las regresivas polà­ticas estatales. Ya se estarán cocinando medidas de emergencia para que toda protesta sea tratada como una evidencia de terrorismo: defender la dosis mà­nima, no votar el referà©ndum, no aplaudir la mordaza hoy en las llamadas Zonas de Rehabilitacià³n -mañana en todo el paà­s-; apoyar al juez de Tunja que cumplià³ con su deber; respetar las sentencias de la Corte Constitucional; escribir que la Seguridad Democrática hace aguas. El Gobierno está utilizando el crimen de El Nogal para meter gato por liebre, y volvernos a todos los que no comulgamos con las ruedas de molino que nos impone, sospechosos, cuando no cà³mplices del asesinato.

Debo sà­ reconocer que considero un paso significativo que el Estado indemnice a las và­ctimas de El Nogal. Apenas justo. Se sentarà­a asà­ jurisprudencia para compensar a todas las và­ctimas del terrorismo, sin distincià³n: a los afectados por los 2.500 homicidios y las 15 masacres anuales cometidas por los paramilitares según El Tiempo; a los afectados por la destruccià³n de pueblos por las guerrillas; a los afectados por las fumigaciones.

Estanislao Zuleta escribià³ hace unos años, con la lucidez profà©tica que lo caracterizaba: "El poder pretende que su palabra produzca el famoso consenso social con el cual si bien no todos los problemas quedarà­an resueltos, al menos -y esto es lo más importante- serà­an interpretados de la misma manera y si algún aguafiestas viene a dañar esta alegre comunià³n del sentido y dice tercamente como Galileo eppur si muove debe saber que queda condenado a mentir sobre su propio pensamiento, al silencio y a la soledad"."