El partido revolucionario

16/07/2006
Contribucià³n de William Izarra, dirigente de los Centros de Formacià³n Ideolà³gica (CFI), sobre el papel del partido revolucionario y los peligros del reformismo en el proceso bolivariano

Los partidos
polà­ticos y sus semejantes tienen que transformarse. Acoplarse a la dinámica
que impone la evolucià³n del Proceso. Su rol de intermediacià³n entre el Estado y
las comunidades bajo la metodologà­a del clientelismo corresponde a una etapa ya
superada. El clientelismo es sinà³nimo de puntofijismo, demagogia, democracia
representativa, pragmatismo, es decir, la postura polà­tica de la conveniencia y
manipulacià³n que se le hace al colectivo para alcanzar fines particulares o
grupales. Clientelismo es la práctica de la reforma.

  

Pues bien, y para
no caer en la aberracià³n del absolutismo, la mayorà­a de los partidos y
movimientos polà­ticos vigentes en la escena polà­tica actual son clientelares. Aunque
sostengan su apego a un nuevo orden social basado en la Constitucià³n
Bolivariana, apoyen al Proceso, se identifiquen con el chavismo, a pesar de
todo lo que manifiesten sus cúpulas dirigentes, su práctica no es
revolucionaria. No han podido deslastrarse de la cultura que hemos heredado de
la IV República.

  

Valga decir: (i)
sigue la cúpula siendo el ente que decide todo (mejor conocido como el dedo);
(ii) se apropia de las instancias populares y se le arrebata al colectivo
organizado la potestad de la participacià³n para definir su propio destino (lo
que antes se hizo con las UBE y los Consejos Locales de Planificacià³n Pública,
se intenta hacerlo hoy con los Consejos Comunales); (iii) se organiza a la
militancia para asumir el poder desde la concepcià³n burocrática (usufructo del poder); (iv) ausencia de humildad en las inter-relaciones
personales, auspiciando consciente o inconscientemente la rivalidad entre
todos; (v) actitud sectaria en lo que respecta a la creacià³n de una plataforma
que unifique a todos los factores …³revolucionarios…² para alcanzar las metas
estratà©gicas de la revolucià³n.

Ahora bien, estamos en una coyuntura que hace propicio el momento para empatarse
en la transformacià³n revolucionaria. La coyuntura 2006, la de la conciencia y
la reeleccià³n presidencial, tiene que estimular a todos las organizaciones
polà­ticas a asumir un nuevo rol. La intermediacià³n clientelar no puede ser el
fin del partido. Mucho menos ahora cuando esa gestià³n la van a cumplir los
Consejos Comunales. El surgimiento de los Voceros (instrumento que lleva la voz
de la instancia real del poder como lo es la Asamblea de Ciudadanos) incide de
manera determinante en derrumbar la estructura cupular como entidad rectora de
las decisiones que le competen al colectivo. La vocerà­a tambià©n va a dejar de
lado la rivalidad; pues, ya no será el individuo (sea alcalde, concejal,
diputado, candidato o cualquier elemento que administre una cuota del poder del
Estado) quien tomará las decisiones. à‰stas, serán procesadas en colectivo bajo
la metodologà­a asamblearia. Por eso es que los rasgos predominantes en esta
fase del Proceso, los Partidos tienen que acoplarse a la nueva dinámica. Sigue
siendo vital su papel. Principalmente el de instrumento electoral.

 

Es significativo
señalar que en el nuevo paradigma establecido en 1997, la revolucià³n se busca,
se alcanza, se consolida por la và­a electoral. Y esa và­a la construye el
partido polà­tico. Pero, ojo con esto, no es la và­a electoral para usufructuar
el poder. Eso es repetir el esquema reformista de la IV República. El acto
electoral a asumir el Partido en su nuevo rol es el revolucionario: ir a las
elecciones para tomar el poder y transferirlo a la comunidad popular
organizada. Complementa la razà³n de ser del partido polà­tico metià©ndose de
lleno en darle consistencia a los postulados del poder popular.
Su lucha está
orientada a: (i) darle sustentabilidad a la formacià³n ideolà³gica y a la
enseñanza cultural de la concepcià³n revolucionaria como cambio de estructura;
(ii) profundizar las diferencias entre reforma y revolucià³n a fin de que se
asuman las fases del Proceso para consolidar el bien común del colectivo; (iii)
capacitar a las comunidades para el ejercicio del poder popular y, muy articularmente
en este momento, la ejecucià³n del mandato constitucional y de la ley creadora
de los Consejos Comunales; (iv) generar la carrera del militante polà­tico con
base en la formacià³n teà³rica, su ejercitacià³n práctica y su sometimiento a las decisiones
asamblearias; (v) contribuir con el poder del Estado en la preparacià³n del
pueblo para la defensa integral de la Nacià³n; (vi) estimular el convencimiento
que la revolucià³n no es pragmatismo sino espiritualidad, lo que determina una
concepcià³n del mundo y de la vida totalmente diferente a la reformista; y (vii)
luchar internamente para convencer a su militancia, incluyendo a sus
dirigentes, que en la revolucià³n la rivalidad no es la esencia, lo es la
humildad.

 

O el Partido se
acopla a su nuevo rol o el pueblo organizado le pasará por encima.

 

Fuente: aporrea.org