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¿Dónde se paran los movimientos sociales frente al progresismo que restaura el poder?

9. April 2006

Entrevista a Raquel Gutià©rrez Aguilar, mexicana con vasta experiencia revolucionaria en Bolivia

www.lavaca.org

Bolivia ante Evo Morales. Mà©xico, con la campaña zapatista. La
Argentina de Kirchner. ¿Dà³nde se paran los movimientos sociales frente
al progresismo que restaura el poder? ¿Esos gobiernos son un triunfo, o
una derrota de los movimientos? Raquel Gutià©rrez Aguilar, mexicana con
vasta experiencia en Bolivia, visità³ Buenos Aires para conversar de
esos temas con movimientos locales, y tambià©n con lavaca . Una profunda mirada para ver al continente en su propio espejo.

Raquel Gutià©rrez Aguilar es una mujer pequeña e intensa. Formada
acadà©micamente en las matemáticas y la sociologà­a, su curriculum, sin
embargo, se erige sobre las arenas movedizas de la práctica polà­tica
latinoamericana. Comenzà³ en su Mà©xico natal con los salvadoreños del
FMLN en el exilio y a las 20 años continuà³ en Bolivia, donde fue
detenida en abril del 92 bajo los cargos de alzamiento armado y otra
chorrada de delitos, por integrar el Ejà©rcito Guerrillero Tupac Katari
(EGTK). En la redada, cayà³ junto a sus compañeros, entre los cuales
estaban Felipe Quispe, là­der actual del Movimiento Indà­gena
Pachacutik-MIP, y Alvaro Garcà­a Linera, flamante vicepresidente electo
de Bolivia.

Raquel recià©n salià³ de la cárcel el 25 de abril de
1997, gracias a una huelga de hambre que forzà³ su situacià³n judicial y
a un sinfà­n de reclamos internacionales que presionaron por su
liberacià³n. En el 2001 regresà³ a Mà©xico, donde vive actualmente y
trabaja junto a un grupo de mujeres ex presas polà­ticas. Es là³gico
entonces que su tarea actual sea la de hilvanar procesos tan diferentes
entre sà­ como los protagonizados por los movimientos sociales mexicanos
y bolivianos.

Con esta historia sobre sus espaldas
prácticamente desconocida en la Argentina, Raquel llegà³ a Buenos Aires
para compartir una ronda de charla y mate en la recuperada imprenta
Chilavert, con integrantes de diferentes experiencias sociales locales.
Gente del MTD de Solano, del MTD Maximiliano Kosteki de Guernica, de la
Escuela Creciendo Juntos de Moreno, del Grupo de Arte Callejero, de la
UTN de Avellaneda y varios sueltos de aquà­ y de allá la rodearon para
compartir durante casi tres horas un intercambio sobre la situacià³n de
tres paà­ses distintos que comparten un mismo desafà­o: quà© hacer de aquà­
en más. Los anfitriones del encuentro fueron los integrantes del
Colectivo Situaciones, responsables de tejer estos lazos y sembrar
estos interrogantes.

“Ganamos pero perdimos”

Raquel
recià©n aterrizaba -literalmente- de unas jornadas realizadas en la
Universidad Mayor de San Andrà©s de La Paz, con movimientos indà­genas e
intelectuales de la Argentina, Chile, Ecuador, Guatemala, Mà©xico y
Bolivia. Asà­ que con una libreta de apuntes en la mano, comenzà³ su
crà³nica sobre lo que allà­ habà­a procesado. Comenzà³ citando la frase que
más le impactà³, pronunciada por el dirigente de la confederacià³n de
Nacionales Indà­genas de Ecuador (CONAIE), Miguel Guatemal:

“Lo que nos ha venido pasando es que triunfamos, pero perdimos; o perdimos, pero ganamos”.

El
desconcierto que genera ese ganar y perder, todo junto y al mismo
tiempo, fue uno de los hilos conductores de la mirada de Raquel sobre
el candente proceso latinoamericano. “Hemos ido avanzando, los
movimientos sociales han logrado objetivos, logros concretos, pero
dentro de esos triunfos se esconden derrotas”.

Lo dicho para
explicar la emergencia social en Ecuador resuena igual en Bolivia, tras
los cimbronazos que comprometieron su institucionalidad,
resquebrajándola hasta abrir una grieta suficiente como para dejar
colar por ella al primer presidente indà­gena, Evo Morales.

Luego
de resumir, con variados detalles, el proceso que llevà³ a este
desenlace, Raquel explicà³ en quà© consiste el llamado a la Asamblea
Constituyente que tiene ese gusto a derrota tan agria para los
movimientos sociales que la concibieron, forjaron y lucharon por ella.
Explica Raquel: la ley de convocatoria a la Asamblea Constituyente
recompone el sistema institucional. Al autorizar solo a los partidos
polà­ticos y agrupaciones ciudadanas a participar en à©l, se han quedado
fuera nada menos que las organizaciones sociales que le dieron sudor y
sangre a este proyecto, soñado con una instancia de reformulacià³n del
pacto social, capaz de parir a una nueva Bolivia más justa e integrada.
En esas mismas jornadas de La Paz, Raquel escuchà³ un alarido aymará (la
comunidad que dio origen a todo un torbellino de revueltas) que
sintetiza el momento actual:

“Nosotros que dimos el inicio a todo esto, nos vamos a quedar afuera, ladrando como perros a los muros”.

Asà­
las cosas, el debate mismo que se está cocinando a llama intensa en
esta misma semana en toda Bolivia es si entrar o no en ese juego.

Entrar
significa para muchas organizaciones sociales pactar con alguna de las
insignias electorales autorizadas para participar de la Constituyente.

Quedarse
afuera representa realizar el esfuerzo de organizar otra Constituyente
y hacer visible la divisià³n dibujada desde el poder.

No hay
mucho tiempo para tomar la decisià³n donde se juega el futuro de la
tensià³n boliviana de los prà³ximos tiempos: en abril es necesario
oficializar las listas. Asà­ de tirano es el cronograma electoral, por
cierto una creacià³n de un antiguo camarada de Raquel: el ahora
vicepresidente Alvaro Garcà­a Linera.

La estrategia del gobierno
de Evo está salpicada de recursos que aquà­ suenan conocidos: darle aire
econà³mico y, con ello visibilidad, a organizaciones sociales menores,
para empequeñecer a las más autà³nomas. Raquel lo caracteriza como “un
intento sistemático de Evo de apaciguar la disidencia autà³noma para
hacer del MAS un instrumento polà­tico consolidado”, lo cual significa
-entre otras cosas- que Evo no llegà³ al poder como el là­der un partido
reconocido por todos los movimientos como un espacio propio, sino como
el emergente de un movimiento social que confluyà³ en el MAS con
desconfianzas.

Tambià©n, y sobre todo, los movimientos tienen la
percepcià³n de que los márgenes se dificultan porque la suerte del
gobierno de Evo es la de todos. “Si a Evo le va mal, quedamos mal
nosotros”. La pregunta que brota entonces es desde dà³nde enfrentarlo.

Luego
de un intercambio sobre la situacià³n argentina y un breve recreo para
darle respiro a la invitada, Raquel dio vuelta la página y avanzà³ sobre
la actualidad del zapatismo. El tema, por supuesto, fue La Otra
Campaña, esa caravana nacional con la que el zapatismo sale a conversar
con aquellos sectores sociales que està©n dispuestos a hacerlo, con las
condiciones que ellos fijaron en la Sexta Declaracià³n. Se trata,
simplificando, de hablar sobre quà© hacer, siempre que lo que se
converse sea sobre hacer otra cosa.

Lo primero que cuenta Raquel
es el punto de partida de esta campaña: la necesidad de salir de las
comunidades, del territorio. Esta necesidad se origina en algo bien
concreto: las comunidades zapatistas habà­an decidido cortar cualquier
tipo de ayuda proveniente del Estado mexicano y esto significà³ un
sinfà­n de consecuencias prácticas y graves. Entre ellas, sobrevivir con
una economà­a de mera subsistencia. A partir de estas limitaciones y del
nacimiento de luchas de resistencia en otros territorios mexicanos, el
zapatismo sale a la búsqueda de apoyo y aliento para una batalla que
sabe larga, pero cada vez menos solitaria. “La Otra Campaña tiene como
principal mà©rito visibilizar el antagonismo”, resume Raquel. En un año
electoral, con un Fox derritià©ndose como un helado al fuego de su
propia torpeza polà­tica, el horizonte anuncia la llegada de un Là³pez
Obrador que con un discurso de izquierda, se acerca al poder por su
capacidad para sumar por derecha.

Raquel rescata esa joya que a
la resistencia latinoamericana le ha regalado el zapatismo: su nocià³n
del tiempo. La Otra Campaña es más de eso mismo: “vamos a montarnos de
un tiempo propio para armar la cartografà­a de los dos Mà©xico”.

Por
último, Raquel se atreve a un trazar un posible và­nculo entre las
diversas experiencias que ha relatado. Recurre entonces a una frase que
ha escuchado en la Bolivia revuelta:

“Resistimos porque queremos seguir siendo lo que somos, pero luchamos porque no queremos quedarnos donde nos colocan”.

El segundo de los tres dà­as que Raquel dedica a Buenos Aires, la charla con lavaca ya es frente a un grabador y en un viejo cafà© porteño.

Inaugurando modos de vivir

-Desde
aquà­, las noticias que recibimos de Bolivia son difà­ciles de analizar
si uno recurre a la memoria larga. Es decir, a ese recuerdo de la
Bolivia insurreccional de los mineros, a esta indà­gena. ¿Cuáles serà­an
las grandes diferencias de estos dos momentos histà³ricos?

-Siento
que hay un proceso que es comparable con las cosas que conozco de la
Argentina. El minero con cartucho de dinamita en la mano, como ejà©rcito
disciplinado del capital, que podà­a pasar perfectamente de ser un
ejà©rcito de extraccià³n de riquezas del subsuelo a ser un ejà©rcito de
combate porque las pautas de comportamiento y relacionamiento eran
similares, se acabà³. Porque se acabà³ ese mundo, ese tipo de trabajo
estable, prolongado, con contrato para toda la vida. Especialmente el
de las minas, con sus caracterà­sticas particulares, porque se trataban
de campamentos, es decir, de poblaciones pequeñas donde solo los
trabajadores vivà­an y, por lo tanto, eran fácilmente convertibles en
cuarteles generales a partir de los cuales se planificaban las acciones
colectivas. Eso se acabà³ como se acabà³ aquà­. Quedan algunos resabios,
no sà© si aquà­, pero sà­ en Mà©xico, donde persisten bajo otras pautas y
formas de control. Entonces, ¿quà© hace esa gente? Esos mineros, que son
relocalizados a partir del 85, se asientan y se organizan en otros
lugares, entreverándose con otros. Básicamente esos mineros van, los
más al Alto, otros pocos al Chapare, a sembrar coca y otros pocos van
hacia occidente. ¿Y quà© ponen en práctica, quà© despliegan en esos
lugares? Su experiencia. Una experiencia sensible, que no es solo
intelectual, sino una forma de vida. Y a partir de ella vuelven a armar
sus roles sociales básicos. En todos los lugares a los que llegan, son
pobladores que están inaugurando modos de vivir. Se me hace, aún
considerando que Bolivia y Argentina son realidades bien distintas, que
no es diferente el proceso que el que se llevà³ a cabo en esos
territorios donde afloraron los movimientos piqueteros. Se trata de
gente que ha tenido que inventar su forma de vida de nuevo, tal como
retrata Raúl Zibechi en su libro (“Dispersar el poder- Los movimientos
como poderes antiestatales”, Editorial Tinta Limà³n, del cual Raquel
escribià³ el prà³logo). Y que a partir de eso se ha inventado tambià©n una
nueva forma de luchar, que luego tiene mucho que ver con esa forma
disciplinada con la que se enfrentaba al capital cuando era un obrero
estable, cuando se decà­a que la forma de enfrentarlo era tomar el lugar
de produccià³n, para luego llegar a la huelga general que nos llevarà­a a
la toma del poder y todo ese rosario de cosas que se hilvanaban a
partir de esa identidad. Bueno: eso empezà³ a no ser asà­ porque la gente
tenà­a que vivir de otra manera, tenà­a que armar su vida, su
cotidianeidad y crear otras formas de lazos con su comunidad. Asà­
aparecen en Bolivia otras formas de lucha y de algo que yo tambià©n
encuentro sà­mil con la Argentina, aunque quizá más urbano: a partir de
un gran despojo. Un despojo a partir del cual se genera un sentido
común que dicta: eso ya no. ¡Eso ya no! Es un basta que está hecho del
mismo material que el “basta” zapatista. Es decir, el romper elegido.
En Bolivia es muy claro. Es claro en el No a la privatizacià³n del agua,
por ejemplo. Basta y punto. Y ese tejido social que lo grita se
politiza de una manera diferente, en el sentido que irrumpe en el
ámbito de lo público para disputar la prerrogativa de decidir, que
estaba monopolizada por el gobierno neoliberal. Por supuesto que estoy
tratando de trazar là­neas muy generales, que van a tener el defecto de
obviar la particularidad, pero me veo tratando de trazar puentes, de
traducir cosas, para que se puedan entender estas experiencias.

-¿Cà³mo se da este proceso en el interior de las comunidades indà­genas que fueron tan protagonistas de las revueltas?

-En
el Antiplano se da el mismo proceso. Se trata de comunidades muy
desangradas por las polà­ticas del neoliberalismo. Por ese rollo de la
libre importacià³n que le partià³ el queso al mercado interno. Lo cual
significà³ para esas comunidades quedarse sin la posibilidad de
intercambiar lo poco que tenà­an para obtener un poco de moneda,
quedándose reducidas a una economà­a absolutamente domà©stica, pequeña,
pero -a la vez- absolutamente eficiente si se tiene en cuenta que deben
producir a 4.000 metros de altura. El inicio de la lucha indà­gena es
tambià©n, el inicio de la lucha contra la Ley de Agua, y allà­ se funden
diferentes luchas que aparecen como grandes bloqueos que terminan por
botar gobiernos. Aquà­ es donde veo el hilo de continuidad, en la base
material para la lucha. Y por eso insisto en esa formulacià³n que citaba
ayer: la gente resiste para seguir siendo lo que es y lucha para
moverse del lugar en donde la han dejado colocada. Resistencia y lucha
son dos caras de esa misma moneda. Dos momentos de la misma vida. Y si
lo analizamos en la medida de esos grandes tiempos que tu mencionabas,
se trata de esos mismo mineros y de sus hijos que tuvieron esa
experiencia de lucha los que emergen en el momento de la confrontacià³n
como herramientas disponibles para la resistencia. Y no se trata tan
solo de estrategias, sino de experiencia de vida en general. Esa
voluntad de convertir la lucha en algo colectivo, esa voluntad de
enlazamiento. Eso, el proletariado minero ya lo tenà­a.

Las radios y las minas

-Mencionabas
ayer, al pasar, el rol que han tenido las radios comunitarias en este
proceso de enlazamiento ¿cà³mo lo describirà­as?

-Eso tambià©n
es algo que viene de la memoria de lucha minera. Por las và­as de las
radios se enlaza y crece la posibilidad de articulacià³n del movimiento
social. Las radios arman coreografà­as grandes, las hacen audibles. Pero
hay ahà­ algo importante, que es la voluntad nacional que tiene estas
luchas. No estatal, sino nacional. Ese sentido que le da el saber algo:
“Tengo que apelar a otros como yo, que sà© que existen y por aquà­, por
el micrà³fono que le da mi voz al à©ter, me puedo enlazar. Lo sà©, porque
asà­ eran en las minas”. Y asà­ era, porque si bien todos los mineros
pertenecà­an a la misma empresa, se encontraban dispersos de norte a
sur, atravesando todo Bolivia. Entonces tenà­as un marco geográfico que
ocupaba más de 1.000 kilà³metros bordado de norte a sur por la cadena de
emisoras mineras. Lo cual le permità­a al movimiento minero moverse de
forma totalmente coordinada. Y ahora mismo, las radios -desde las más
exitosas hasta las más chiquitas- están enlazadas y han sido un poco el
vehà­culo del alzamiento, apoyándose en esa voluntad de avanzar en forma
unificada.

-¿De dà³nde nace ese espà­ritu de unidad?

-Una
posible explicacià³n es que Bolivia es un estado central. No está
organizado ni como Mà©xico ni como Argentina. Eso hace que no existan
muchas mediaciones, porque tu tienes -por ejemplo- una lucha local cuyo
primer interlocutor es el gobierno central. En cambio, en una
organizacià³n con escalones municipales, provinciales y federales, hay
más instancias donde diluir con el juego administrativo. En Bolivia, en
cambio, con su organizacià³n tan centralizada, cualquier conflicto, por
pequeño que sea, es una confrontacià³n directa con el Estado central. El
prefecto -que hasta esta última eleccià³n no se elegà­a por voto- era un
persona nombrada por el Estado central. Calco de la estructura
colonial. Es esa estructura estatal la que de alguna manera obliga a
que la lucha se configure nacional.

Mi hija no es tu sirvienta

-Desde
aquà­, para muchos, la figura de Evo Morales representa un là­der de los
movimientos sociales y, por lo que contabas ayer, no es asà­ percibido
por los propios movimientos que están atravesando un momento de
profundo desconcierto ante su llamado a la Asamblea Constituyente ¿Cà³mo
sintetizarà­as ese escenario actual, teniendo en cuenta el panorama
general latinoamericano donde se repite este modelo de reconstruccià³n
del poder a partir de la apropiacià³n de la agenda de los movimientos
sociales?

-El escenario de la Asamblea Constituyente
significa para mi, sin ninguna duda, el diseño institucional,
organizativo y polà­tico para la contencià³n del avance de los
movimientos sociales. Es una búsqueda desesperada de la cicatrizacià³n
de las grietas que abrià³ la insurreccià³n social. Siguiendo con la serie
de metáforas que estábamos usando para trazar puentes, pensemos que
entre el 98 y el 2005 hubo una serie de quiebres en todo el continente,
con diferentes intensidades y formas, pero que fueron construyendo este
gran desgarrà³n, que avanza en su profundidad, diferente en cada lugar,
pero que muestra una fractura de lo que hizo el neoliberalismo:
construir en cada paà­s dos paà­ses, cuando menos. El de los despojados y
el de los despojadores. En Bolivia, siento yo, la fractura es más
profunda porque es la más larga en el tiempo y por las caracterà­sticas
nacionales, que como explicaba antes, ha tenido. Cuando comenzà³, en el
2000 y 2001, la fractura era profunda. Estaba representada por aquel
grito que representaba Felipe Quispe diciendo: “yo me levanto porque no
quiero que mi hija sea tu sirvienta”. Eso se va atenuando, pero se va
expandiendo. Tanto territorialmente como socialmente. Quizá tenga ese
momento alguna sintonà­a con esa consigna del “piquete y la cacerola”.
Ese momento donde otros segmentos sociales se suman al decir: ya no.
Obviamente son los aliados que se van a ir más pronto, pero que son
importantes para revelar la energà­a de ese corte profundo. Finalmente,
para el 2005 ya estábamos frente a una convulsià³n generalizada de toda
la nacià³n. Y asà­ como los paà­ses se fueron volviendo una llaga abierta
a partir del 2001 o 2002, tambià©n comenzà³ a gestarse una voluntad de
restañar eso. Y esa voluntad estabilizadora es contraria a la voluntad
de los movimientos que produjeron el quiebre, pero que al mismo tiempo
cayeron en un hueco del cual no supieron aún cà³mo salir. Gritaron “que
se vayan todos” aquà­, y en otros lados gritamos otras cosas bastante
similares y luego dijimos: ¿ahora quà© hacemos? Y salieron là­neas.
Là­neas que quizá están mucho más reflexionadas aquà­ en la Argentina. En
ese sentido, lo que yo veo -si nos pensáramos como una especie de
cuerpo- es que a la Argentina le ha tocado ser una especie de
laboratorio de reflexià³n de estas nuevas là­neas. Aquà­ están las
cuestiones teà³ricas más interesantes acerca de la horizontalidad, aquà­
está la crà­tica más clara que yo he leà­do acerca de las formas de
representacià³n, aquà­ está todo lo relacionado a la reivindicacià³n de lo
asambleario. En otras lados nos fuimos moviendo de manera más
intuitiva. Pero lo cierto es que al fin, unos y otros nos quedamos. Si
bien es cierto que ustedes analizaron las là­neas para que quede escrito
por dà³nde habà­a que ir, nadie pudo contestar quà© hacemos despuà©s de
pararles el coche. No pudimos contestarlo. Cada quien hizo lo que pudo,
pero la pregunta aún no se resolvià³. Siento que es un buen momento para
volver a preguntarnos quà© hacemos, porque los otros sà­ tuvieron un
plan. Y el plan que tuvieron fue restañar el desgarrà³n, zurcir lo
rasgado. Y lo empezaron a hacer. No me atrevo a analizar el caso de
Lula, pero sà­ decir que ese proceso de restauracià³n lo comenzà³ a hacer
Kirchner, de manera muy anà³mala Lucio Gutià©rrez en Ecuador y lo están
haciendo de alguna forma Evo Morales y Alvaro Garcà­a en Bolivia.
Distinto, pero similar. Es cierto que no acabo de entender la figura de
Kirchner, de dà³nde salià³, por quà© está haciendo lo que hace ahora, ni
si hay un hilo de continuidad con lo que ha hecho antes. Me gustarà­a
leer una biografà­a de à©l. Pero en el caso de Bolivia, es claro pensar
que de un desgarrà³n tan brutal tuvo que salir un representante más
radical y más popular.

-¿Eso representa Evo?

-Hasta
hace cinco meses, Evo Morales tenà­a muy en claro que no podà­a mandarse
solo, aunque se notaba que eso querà­a, porque à©l solo no era nada y
porque la estructura del MAS no era nada. Era simpático a los
movimientos sociales, principalmente en Cochabamba, pero no tenà­a más
fuerza que esa: la simpatà­a de algunos movimientos sociales. Ahorita ha
variado eso. Ahora es el presidente del paà­s y tiene toda la estructura
del Estado para construir otra cosa.

El capà­tulo estelar de la telenovela

-¿Esa es la tensià³n actual?

-Esa
es la tensià³n que nos hace pelear con la lecturas cerradas. Con esos
artefactos teà³ricos que nos hacen decir: bueno, aquà­ hay un cierre, en
la eleccià³n de Kichner hay un cierre. Y ni madre: en realidad la
eleccià³n de Kichner es un momento del tango y es el momento en el que a
la chava la brincan hasta acá (hace el gesto de acostar sobre la pierna
a una silueta) Pero no terminà³ el baile. Seguimos bailando. Esa es un
poco mi pelea en Bolivia. Me niego a que no admitamos que estamos
atravesando un momento gozoso. Ahorita nadie nos va a matar. Ahorita
nadie nos va a meter presos. Mañana tal vez sà­. Pero ahorita, marzo de
2006, no van a venir porque están ahà­ los que están, porque quisimos y
porque pudimos. Y seguramente van a hacer alguna monada, pero ahorita
vamos ganando. Estamos logrando revolucionar lo existente en un proceso
que no tiene una nota final.

-Esa nota final que representaba el modelo de la toma del poder…

-De
hecho tendremos que ir desembarazándonos de esos relatos bà­blicos, para
poder ir pensando en una historia abierta, una historia sin final, sin
direccià³n y sin necesariedad. Es decir, tenemos que desembarazarnos de
los paradigmas básicos de la modernidad. ¿Quà© cuáles son? Entre otros,
el de la historia lineal, progresiva y ascendente. Tendremos que
aprender a trabajar sin eso, a hilar fino, aprender la incertidumbre. Y
no preguntarnos: esto es un avance o un retroceso. Sino a entender que
no cabe esa pregunta.

-El problema es que plantearse no tomar el poder significà³ no volver a plantearse el tema del poder…

-Es
que ese era un primer problema. Una premisa. Es decir: escribir en el
primer renglà³n “no podemos plantearnos estrategias como en los 70 de
toma de poder para cambiar este mundo”. Premisa uno. Lo pendiente es la
premisa dos. Y sigue pendiente. Sigue pendiente el problema teà³rico de
cà³mo se aborda el problema del poder. Entonces, tenemos por descarte
que por ahà­ no es el camino, pero eso no sustrae el problema del poder.
El poder como relacià³n social, como sistema de creencias y como sistema
institucional y normativo. El poder es un problema. Y creo que hacia
ahà­ vamos. Si tomamos esta historia actual de Amà©rica Latina como una
telenovela, nos queda por ver el capà­tulo estelar donde comenzamos a
abordar ese problema.

La cáscara institucional

-¿La
forma de organizacià³n asamblearia puede haber detenido ese debate, al
transformarse en una herramienta para accionar sin necesidad de
resolver el problema del poder? Es decir, se pudo seguir haciendo,
aunque no se resolviera el problema del poder a otra escala.

-Es
que dentro del problema del poder, en esa teorà­a que aún nos falta
escribir, debemos incluir un acápite que se titule “el problema del
Estado”. Sobre el que ahorita lo único que es hemos dicho es: quà© feo,
quà© feo. Y hemos trabajado en las cosas más prácticas, más del hacer.
Pero hay otros problemas, como el del Estado, como el de la
articulacià³n de lo local, lo nacional y lo global, como el de otra
forma de intercambio. Eso que sucedià³ aquà­ con un grupo de gente que en
un determinado momento utilizà³ una moneda propia de intercambio…eso
es un chingonerà­a (se refiere a la experiencia del trueque) Ese es un
emblema de una capacidad colectiva de intentar ir resolviendo un
problema de un modo propio. Ahà­ se quedà³, pero tambià©n ahà­ está como
experiencia. Lo que yo veo es que frente al desgarrà³n del que
hablabámos, ¿quà© hicimos los activistas? Pues nos pusimos a analizar el
desgarrà³n y a tratar de contribuir de todas las maneras posibles a que
el desgarrà³n fuera lo más profundo que pudià©ramos. Y creo que eso
estuvo bien. Pero no alcanza. Porque el capital, las clases dominantes
o lo que fuera que representa hoy al poder, tambià©n lo vieron y tambià©n
empezaron a pensar como restañarlo. Y vieron que ya no podà­an
restaurarlo de la misma manera. Entonces, trataron -creo yo- de jugar
el juego de admitir una parte, para estabilizarse. Y esto pasà³ a travà©s
de elecciones democráticas donde ganaron los candidatos que sà­ esta vez
pudieron ganar, pero que una vez que se metieron adentro de la cáscara
institucional tratan de componerlas a cà³mo de lugar.

-Parecerà­a
que el viejo truco de las elecciones sigue siendo una gran instancia de
restauracià³n del poder, sobre el cual los movimientos sociales no saben
quà© respuesta dar.

-Es que el momento electoral – y cito
ahora a Luis Tapia- es el momento de mayor irradiacià³n de lo estatal
sobre la sociedad. Ahora bien: si estamos frente a un momento de pelea
de la sociedad trabajadora frente al Estado y el capital, digamos que
estamos en guerra, como nos dicen los zapatistas. Y que nos conviene
guiarnos por Tsu Zu. Cuando el enemigo avanza, retrocedemos; cuando el
enemigo retrocede, avanzamos. Cuando el enemigo se pasma, lo ofendemos;
cuando el enemigo ofende, nos protegemos. En fin: esto es una danza.
Cuando hablaba con Oscar Olivera (referente de los movimientos sociales
bolivianos) en plena à©poca de campaña, le decà­a: vete de vacaciones, a
la playa, corretea, baila, lee las novelas que nunca leà­ste. Es el
momento de la fiesta de ellos. No nos invitaron y no queremos ir.
Vámonos de vacaciones a reponer fuerzas.

-Es difà­cil imaginar a Oscar Olivera de vacaciones y eso es parte del problema…

-Pero
es harto desgastante sufrir el proceso electoral. Porque estás harto de
enojado y no importa lo que pase durante, hasta conocer el resultado.

Poker zapatista

-Otra
opcià³n es la que contabas que estaba intentado ahora el zapatismo con
La Otra Campaña: crear otra instancia donde quede en evidencia quià©nes
no participan de esa fiesta electoral.

-Es una apuesta muy
arriesgada. Y como decimos en Mà©xico, los zapatistas están ahà­
apostando su resto, como en el pà³ker. De hecho los zapatistas ya han
ensayado las dos. En la anterior campaña no dijeron nada, se fueron de
vacaciones. En esta están diciendo: hay una fiesta, nosotros hacemos
otra. Y vamos a ver si podemos hacerla. Es otro modo de seguir
profundizando el desagarrà³n. Pero hay que tener en cuenta que en Mà©xico
recià©n va a pasar lo que ya está pasando en la Argentina y lo que
pareciera ser que está pasando en Bolivia. No solo porque en el
horizonte asoma un Là³pez Obrador, sino porque si bien en Mà©xico no se
ha dado una lucha muy grande más allá del zapatismo, en estos últimos
tiempos hay una lenta pero consistente rearticulacià³n de otras
resistencias.

-¿Y los partidos de izquierda quà© rol están jugando en este proceso?

-¿Quà©
partidos de izquierda? ¡Si es que no existen! Ellos juegan sus juegos
del mercado partidista, porque es todo un negocio participar de la
contienda, que se cotiza en recursos concretos que les sirve para
mantener los aparatos. En Mà©xico, el zapatismo ha incluido a algunos
partidos muy chicos, que tienen raà­ces en el trotzkismo, que en algún
momento han participado de las elecciones, con los que han conversado
durante las reuniones del Sexta y ahora les están prestando algunos
recursos necesarios para poder concretar La Otra Campaña, la logà­stica
mà­nima para poder moverse fuera de sus comunidades. Creo, de todas
formas, que hay cierta intencià³n aún apenas esbozada del zapatismo de
construir algún tipo de herramienta del tipo partidario, pero aún asà­
la participacià³n de estos partidos de izquierda es absolutamente
marginal. En cuanto a Bolivia, ahora mismo se están escuchando bastante
las voces estridentes de los partidos trotzkistas, pero se escuchan
porque no están hablando los movimientos sociales. En cuanto comiencen
los movimientos a decir algo, esas voces dejan de escucharse.

Cuando Kirchner habla de los genocidas

-Sin
embargo, esas voces estridentes alcanzan para llenar el vacà­o que están
dejando los movimientos sociales, por ejemplo, cuando se refieren a la
continuidad del modelo. La pregunta es ¿alcanza la palabra continuidad
para definir este proceso en el que gobiernos que no abandonan
polà­ticas neoliberales se apropian de discursos surgidos de los
movimientos sociales?

-En Bolivia, el procesamiento del momento
es muy rápido. Y eso descoloca muy rápido tambià©n. A mes y medio de
asumir Evo fuimos a visitar a una comunidad, y ya nos decà­an allà­:
“ahora no es momento de bloquear, porque este es nuestro gobierno. Es
que no puede irle mal al Evo, porque de última el Evo está
representando al indio, entonces no podemos hacer que le vaya mal, pero
no le podemos dejar hacer lo que quiera porque va a hacer cosas contra
nosotros”. Aquà­ si bien es diferente, siento un poco lo mismo. No es
fácil decirle: “Kirchner hijo de la chingada” cuando dice que los
militares fueron unos genocidas. Te tienes que sentir reivindicado por
eso, pero al mismo tiempo tú sabes que es cierto que el Kirchner lo
está diciendo con su mejor cara de pingüino. Sabes que te va a mamar,
que te va a dar gato por liebre. Con lo cual te deja en una situacià³n
bien difà­cil. Porque en la coreografà­a general que es un paà­s es como
si no supià©semos dà³nde pararnos. ¿Dà³nde me pongo? Es bien claro en
Bolivia con el tema de la Constituyente, porque si entendemos lo
electoral como el momento de mayor irradiacià³n del Estado sobre la
sociedad, la Constituyente fue concebida como el momento de mayor
irradiacià³n de lo social sobre el Estado. Y para no hacerlo, le
pusieron unos diques. Ante eso ¿dà³nde me paro? Yo acabarà­a con una
frase que me quedà³ dando vueltas y dando vueltas desde que la escuchà©
hacer una semana en una asamblea, allá en El Alto. En un momento, se
para un muchacho y dice: “Es que el problema del gobierno es el
problema del MAS. Pero el problema del poder sigue estando aquà­.” A mà­
esa formulacià³n me parece totalmente valedera. Nuestro problema hoy es
ponernos a debatir sobre el poder, como segundo punto de aquel escrito
que comienza diciendo: “no queremos tomar este poder”.

29/03/2006

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