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Yihadismo, insurrección, intervención

21. June 2014
Santiago Alba Rico, Loles Oliván, Carlos Varea

Las noticias que llegan de Iraq son confusas. Pero en medio de la penumbra alimentada por la escasa información contrastada y las tentaciones simplificadoras, tres evidencias van abriéndose paso frente al sensacionalismo y la demagogia.


Las noticias que llegan de Iraq son confusas. Pero en medio de la penumbra alimentada por la escasa información contrastada y las tentaciones simplificadoras, tres evidencias van abriéndose paso frente al sensacionalismo y la demagogia.
La primera es que ISIS o EIIL (Estado Islámico de Iraq y El Levante, o Daesh, en su acrónimo árabe) es sólo una de las facciones implicadas en una gran insurrección que se caracteriza como “sunní” pero que incluye exmilitares baazistas, milicias tribales y a una parte de la población. El carácter fulminante del avance rebelde y la facilidad con que se tomó Mosul, una ciudad de dos millones de habitantes, parece confirmar este extremo. También el comunicado del Consejo Militar de la Revolución Iraquí (que agrupó a consejos militares locales formados por oficiales del anterior Ejército), que exagera al atribuirse el protagonismo de la operación, pero que pone de manifiesto la intervención o el apoyo de grupos no yihadistas -y de otros grupos yihadistas. Por su parte, el portavoz de Frente Patriótico Nacionalista e Islámico (articulado en torno al Partido Baaz) se muestra discreto a la hora de atribuirse la iniciativa pero le otorga todo su apoyo militar y político, al igual que la Asociación de Ulemas Musulmanes y las formaciones armadas islamistas vinculadas a ella. Lo que no está clara es la relación de fuerzas: si el malestar sunní se ha montado en el tren sirio del ISIS -como sugiere Karlos Zurutuza- o si, al revés, había un plan precedente de las fuerzas locales -como plantea en el diario libanés Al-Ahkbar Alaa Al-Lami- al que ISIS habría sumado sus armas y su experiencia militar. La otra duda es cuánto tiempo tardará en romperse esa alianza táctica; llegan ya noticias de conflictos en Mosul y el precedente sirio no se puede ignorar. El programa feroz de ISIS, una escisión radical de la radicalísima Al-Qaeda, no puede sino chocar, más temprano que tarde, con la moderación o el laicismo de las otras facciones y con el sentir mayoritario de la población. El propio Lakhdar Brahimi, exmediador de la ONU en Siria, así lo ha señalado: “los sunníes en Iraq no apoyan a los yihadistas porque sean yihadistas sino porque son el enemigo de su enemigo”.

La segunda evidencia es la responsabilidad histórica de EEUU. El apoyo a Saddam Hussein frente a Irán en la larga y devastadora guerra que enfrentó a ambos países mutó a continuación en el abyecto acoso a la propia población de Iraq, sometida a una primera agresión militar (1991) y a un interminable bloqueo, al que sólo puso fin la invasión y ocupación del país en 2003, con el balance de todos conocido: en torno a un millón de muertos, millones de desplazados y refugiados y el desmantelamiento de todas las estructuras del Estado -desde el ejército a la sanidad y la educación- que habían permitido, incluso en los peores años del bloqueo, la supervivencia social. En términos políticos, la ocupación estadounidense y el desmantelamiento del Estado tuvo otro efecto letal. Nos referimos al régimen “democrático” sectario impuesto por EEUU, responsable directo de la sangrienta guerra civil de 2006 y de los sucesivos gobiernos pro-iraníes que han fomentado al mismo tiempo las divisiones confesionales, la corrupción petrolera y la represión política. Desde julio de 2011, cuando una parte del pueblo iraquí, sobre todo en el llamado triángulo sunní, se suma a las revueltas de la región, la respuesta de Al-Maliki frente al descontento no se distingue en nada de la de las dictaduras de la zona y nada, desde luego, de la de Bachar Al-Assad, en una escalada implacable de golpes, fuego real contra los manifestantes y bombardeos con barriles de dinamita, y todo ello acompañado de la familiar propaganda “anti-terrorista” y “anti-yihadista”. Al-Qaeda existe, sin duda, pero gracias también a la ocupación, que propició el caos y los conflictos sectarios y dejó a la población inerme frente a sus tropelías. Conviene recordar, en efecto, que Al-Qaeda sólo entró en Iraq tras la invasión estadounidense y que fue combatida por la propia población sunní, una parte de la cual mantuvo una alianza táctica con los EEUU y el gobierno de Bagdad a través de los llamados consejos locales de autodefensa Sajua (Despertar). La decisión del gobierno Al-Maliki de dejar de apoyar estos consejos, decisión que ha abierto camino al grupo disidente ISIS, más radical pero opuesto a Al-Qaeda, se ajusta sospechosamente a la estrategia de yihadización de toda forma de oposición, yihadización alimentada por los regímenes de la región y muy especialmente por el de Bachar Al-Assad. Convertir -en los discursos y sobre el terreno- una protesta legítima en “fanatismo terrorista” es una práctica rutinaria y relativamente fácil -si se tienen medios de propaganda y muchos cañones- que todos los dictadores han copiado de los EEUU. Sería ingenuo y poco realista hablar en Iraq de una insurrección consciente y democrática en favor de la unidad nacional, pero si la fragmentación del país parece hoy más probable que nunca y la única alternativa a la pobreza, la violencia y la corrupción es la que ofrecen el yihadismo y el neobaazismo, todo ello, no hay que olvidarlo, es la consecuencia de la invasión estadounidense y de las políticas sectarias y corruptas de los gobiernos que se han sucedido en Bagdad en los últimos diez años. En todo caso, lo deseable sería que este impulso inicial canalizase las aspiraciones integradoras y democráticas de la inmensa mayoría de los hombres y mujeres iraquíes, también las de los miembros de la comunidad chií, pues ¿alguien en su sano juicio, a tenor de cualquier dato al que se pueda acceder, considera que el gobierno de Al-Maliki representa genuinamente a los chiíes de Iraq o que esta comunidad ha ganado en derechos democráticos y sociales en estos años?

En cuanto a la tercera evidencia, debería hacer reflexionar a los que tratan de simplificar la complejidad geo-estratégica de la zona a partir de la existencia de un omnipotente y maquiavélico plan estadounidense. La invasión de Iraq por parte de EEUU fue un desastre para los iraquíes, pero también para el plan “maquiavélico y omnipotente” trazado desde Washington, que era sin duda maquiavélico pero no omnipotente. El imperialismo estadounidense no ha creado el mundo; trata de gestionarlo. Y cada vez que introduce un efecto “corrector” introduce al mismo tiempo un efecto inesperado que requiere una nueva corrección. ¿Por qué? Porque existen otras fuerzas, otros países y además, en un rinconcito despreciado del marco, los pueblos de la región. EEUU apoyó a Saddam Hussein para combatir la revolución islámica de Irán (¡islámica, no lo olvidemos!) y luego combatió a Saddam Hussein porque, en todo caso, era una potencia regional amenazadora para sus planes “maquiavélicos y omnipotentes”. Pero al combatir a Saddam Hussein mediante el peor de los planes posibles -una invasión militar precedida de patrañas públicas- entregó Iraq, oh paradoja, al enemigo iraní, cuyo poder regional se ha visto restablecido y fortalecido gracias al “plan maquiavélico y omnipotente” del imperialismo estadounidense. Tras la retirada de las tropas estadounidenses en 2010, en efecto, el gobierno de Al-Maliki es sobre todo un instrumento en manos de Jamenei y el gobierno de Teherán, como lo demuestra el apoyo militar de Iraq al régimen sirio, al lado del cual combaten milicias chiíes controladas desde Irán que vuelven en estos días a territorio iraquí a tratar de frenar al ISIS. Y ahora, para cerrar el círculo del extravagante “maquiavelismo y la omnipotencia” estadounidenses, nos encontramos en una situación en la que el gobierno de Al-Maliki, instalado por EEUU y manejado por Irán, pide ayuda al mismo tiempo a Washington y a Teherán “contra el terrorismo” y uno y otro responden con una alianza tácita que podría incluso volverse pública. Ruhani no lo ha desestimado y hasta ha invocado la intervención del Gran Satán. Obama, que ni quiere ni puede reocupar Iraq pero que podría bombardear posiciones rebeldes, ha mandado un portaaviones mientras milicias y asesores iraníes ya están operando en Iraq. Como decía Faysal Qassem hace poco, vivir para ver: de pronto nos encontramos al “eje de la resistencia” (Irán, Siria y Hizbullah) unido a EEUU en la misma trinchera. Algunos sectores de la izquierda estalibana se van a ver en la difícil tesitura de apoyar una intervención irano-estadounidense en Iraq o, frente a EEUU, apoyar a los fanáticos chiflados de ISIS contra los cuales justifican la criminal dictadura de Al-Assad y sus barriles cargados de dinamita. Cuando se simplifica en nombre de la geo-estrategia, llega la geo-estrategia y nos agarra los pies. La realidad es bellaca y no favorece a los pueblos, pero no es ni un plan estadounidense -o no sólo- ni, desde luego, una mala digestión anti-imperialista.

Fuente: http://rebelion.org

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